domingo, 8 de enero de 2012

Ludmila Betania.

Y sí, qué título le voy a poner. Esto tendría que escribirlo ella... Pero como no está, vamos a jugar a un "elige tu propio recuerdo de remisero".

Bueno, estabas en el auto donde pasabas casi todas las noches de esos tiempos, el auto con el que conociste rincones muy distintos de la ciudad, rincones donde no llegarías de otra forma; pero estás en la base: La remisería. Una chica de vestido negro y que no te mira demasiado (como casi todos aquellos que se suben a remises) te anuncia que irán a buscar a su hija y unos bolsos. La llevaste, ahí a la vuelta y ella bajó.

Entonces vino de adentro de la casa una nenita a preguntarte qué botón apretaste para abrir la puerta porque vos le hiciste señas de "esperá" desde adentro, y te vio, y esperó.

Entonces vos le preguntaste el nombre, y te lo dijo. Todavía no sabías que ibas a escribir sobre ella, pero estabas a punto de darte cuenta. Porque te empezó a contar muchas cosas y a explicarte casi todas las que te decía. Y vos te pusiste a charlar con ella mientras su mamá y su abuela venían con sus cosas.

Y le tuviste que explicar que ya no tenías un color favorito, que había sido el verde agua allá, muy lejos, después el verde, y más tarde el violeta,  pero que de a poco te habían empezado a gustar todos los colores. A ella le gustaba un color que parece rojo pero no es rojo, que parece rosa pero no es rosa y que vos le sugeriste que también parece naranja pero no es naranja y ella dijo: "¡Ay, es verdad!".

Y hablaste todo el camino hasta la casa de quién sabe quién que se había olvidado un anillo en el espejito del baño, pero nadie lo había visto y al final lo encontraron y por eso se lo llevaron. Ahí en tablada, donde vivía ella, que iba a una escuela donde te daban para tomar la leche y a ella la quieren mucho, y sí, cómo no la van a querer. Y su tía vivía en la lata. Y su abuela en La paz y Ayacucho.

Y como ella estaba parada cuando vos doblaste un poquito brusco se dio vuelta sin querer y quedó sentada de espaldas entre los asientos de adelante, y vos, que estabas mirando para adelante, le preguntaste cómo le pasó eso... y ¡lo hizo de vuelta!

Y te habló muy amable, y te contó muchísimas cosas más, y te habló de los otros chicos, de las cosas que no entiende, y usó más palabras distintas que cualquier otra persona que haya conversado con vos arriba del auto, y apenas pasó a segundo grado. Y vos no pudiste evitar decirle que se cuide de la escuela y que tenga cuidado de no olvidarse de lo que sabía. Y que un señor de apellido Spinetta había hecho una canción que se llamaba como ella.

Y entonces ya habían llegado a ese cumpleaños al que la madre iba con pocas ganas a visitar a unos parientes a los que Ludmila Betania seguro les iba a explicar muchas cosas (al final era ahí, en esa cortada).

Y te quedaste solo, en el auto donde pasabas casi todas las noches de esos tiempos, con la recomendación de la madre hacia su hija resonando: "No hables de más."