miércoles, 31 de agosto de 2011

Como los árboles.

Gracias a doña María Jimena por la foto.
"Si no sos vos, ¿quién? Si no es ahora, ¿cuándo?" ~ Miguel Abuelo, proverbio de la cultura sufí.

A Buan, por su cumpleaños de ayer.


Silenciosos testigos de mi paso por la noche, se lucen al costado del camino, como estatuas vivientes de Fito Páez. Destruyen y embellecen las veredas, librando a la ciudad de su gris geometría de baldosa.

Todo crece como ellos. Desde una simple semilla, un simple deseo, una intención... Una vez en la tierra, echa raíces, se multiplica y sube, y baja simultáneamente. Eleva lo más alto y hunde lo más bajo, con una lentitud que el hombre sólo puede apreciar a través de su memoria y la acumulación de los años.

Su tamaño ejemplifica y referencia la escala de la velocidad de las cosas.

Cuántas cosas como ellos... las familias (árboles genealógicos), las ciudades (plantas industriales urbanizadas), los blogs (árboles lógicos de programación), así miles...

Hace casi un mes que escribo esto, casi un mes que manejo el remís, y la vida sigue cambiando. La vida es cambio... Por eso cuando el cambio se detiene es un buen signo para prestar atención, para ver qué está pasando, descubrir qué de nosotros se ha detenido, qué ha muerto...

Es como la respiración... inhalar y exhalar... en exceso se explota o se desaparece hacia adentro. No hay uno sin el otro.

Siempre me resultó curioso esa leve torsión con que crecen los árboles... se nota en sus estrías: es como si se enroscaran al cielo... giran en danza circular, a velocidad caracol menos diez...alguna vez imaginé que lo hacían impulsados por sus hojas, siguiendo al sol.

Así crecen nuestros proyectos, nuestros amores, nuestras vidas... se enroscan en la tierra y en el cielo, se afinan en las puntas, según dicen, hasta la muerte.

Entonces uno descubre una sección de estadísticas, descubre que lo leyeron algunos en España y Alemania, otros en Norteamérica y muchos latinoamericanos. Las puntas de las ramas que se tocan y se mezclan en este bosquecito de internet.

Gracias por permitirme compartir esto con ustedes.

Que fertilice sus sueños.

lunes, 29 de agosto de 2011

El guardaespaldas.

A Tarantino.

Algunas personas que vuelven de Rosario suelen tomarse un colectivo que los deja en la remisería porque a la madrugada no pasan los que van hasta el cementerio. Tuve que llevar a dos mujeres que habían hecho exactamente eso.

En seguida empezaron a contarme que el colectivo esquiva esa zona por cuestiones de seguridad, que ellas eran nuevas en el barrio y no se imaginaban que fuera para tanto, y que habían sido testigos de un asalto más temprano, antes de irse. Que por poco no les robaban a ella. Que era un mocosito que andaba sacándole las carteras a mujeres que esperan el colectivo.

Entonces, la que más hablaba, me relató su fantástica idea para solucionar este problema: Todas las mujeres del barrio se pondrían de acuerdo, se juntarían con un objeto contundente cada una, y lo cagarían bien a palos entre todas. Simple, práctica y perfectamente realizable, nunca había escuchado una forma más divertida de hacerse cargo del problema de la inseguridad. Porque una cosa es quejarse, y otra resolver algo que molesta desde una realidad cotidiana. Quizás no quede solo en una idea... sería un acto físico-psico-mágico.

Estas cosas me hacen sacar conclusiones sobre las habilidades resolutivas de las mujeres... encuentran soluciones aplicables a los problemas todo el tiempo. No como ese sádico guardia de seguridad que decía que "hay que juntarlos a todos, paredón, azúcar blanca y hormigas coloradas". El paredón pareciera haber quedado como resabio de alguna que otra costumbre militar. No podemos negar que hay algo de una gran genialidad dramática en el agregado del azúcar y las hormigas; pero según él a los que quedaran habría que liquidarlos con la recortada en el pecho. No le pregunté si había visto Pulp Fiction, pero cada maestrete con su librete...

La cuestión es que cuando llegamos a calle Crespo, donde ellas bajarían, les pregunté a estas mujeres si era seguro dejarlas ahí o preferían que entrara las tres cuadras que faltaban, ya que había un tipo parado que para mí podía ser tranquilamente el carterista merodeador al que tanto temían. Empezaron a reírse y una dijo: "es mi marido, que me viene a esperar armado".

Bajaron, y cuando estaba pegando la vuelta el sonriente esposo, enterado del chiste, abrió la parte de arriba de la campera y medio de coté me mostró el fierro que lo dejaba tranquilo, para después saludarme amablemente con la otra mano.

De película.

sábado, 27 de agosto de 2011

Gigante en la avenida.

A Juana Isabel Aymará Coria Miguez y a sus padres, la Romi y el Andrés (mejor conocido como "charango").


Yo no sé qué tiene de especial la avenida Soldado Aguirre, de acá, de Gálvez, pero ahí pasan cosas raras.

Como no había mucho trabajo, venía recorriéndola despacio, a unos 30 km/h. Entonces vi algo que me sorprendió: Un hombre de unos dos metros y medio caminando al lado de una mujer bajita.

Es extraño ver gigantes en estos tiempos, paseando lento por la calle; pero a las dos de la mañana esas cosas pasan. Yo por suerte me le iba arrimando de atrás, pero me daba un poco de cosa. Es como cuando un cholulo conoce a algún famoso: siente ganas de saludarlo y preguntarle algo, pero no se sabe bien qué.

Seguí avanzando, y cuando estuve más cerca descubrí que no se trataba de un gigante, sino de un hombre de cierta altura cargando a su hijo sobre los hombros... Esto me podría haber decepcionado, pero en vez de eso me di cuenta que ese hombre y su hijo eran claramente un gigante, que todos nosotros lo somos.

La humanidad, desde sus comienzos, acostumbra morir. Parte de todos los hombres y mujeres se convierte en tierra, tierra sobre la que sus hijos e hijas, todos sus descendientes, siguen caminando. Como si camináramos sobre sus hombros, sobre sus pechos; caminamos sobre lo que nos fueron dejando. Sobre un mundo imponente, sobre ruinas, sobre paraísos intactos.

Recorremos el cuerpo de nuestros ancestros y nos agrandamos a través de nuestros hijos, que caminarán sobre nosotros descubriendo de nuevo la vida. Somos simples hombres, simples mujeres; pero tenemos la semilla mágica de la inmortalidad en el compartir, en el dar a otros lo que nos fue dado.

Gracias.

miércoles, 24 de agosto de 2011

Q.R.T.

Anteanoche fue la primera vez que tuve que darme de baja porque se me rompió el auto.

Eso se dice "cuerreté".

La verdad, es algo un poco triste, porque uno viene trabajando, esperando hacerlo hasta el amanecer (a mí me gusta ver salir el sol) y de repente, por ejemplo, te empiezan a chillar los rulemanes de la rueda delantera izquierda. Justo cuando estás yendo hacia un sanatorio con una parejita de ancianos que parecen estar desmoronándose (un viejo que sacaba fuerza del culo para toser y su mujer, preocupada por absolutamente todo). Pero bueno, los llevás igual, con sumo cuidado, después de llamarlo a tu hermano (que sabe de esas cosas) para preguntarle qué onda. Terminás eso y esperás un rato en una estación de servicio después de darte cuenta que algo raro pasa con la rueda delantera izquierda. Te volvés a tu casa y te vas a dormir temprano. Al otro día lo llevás al taller "El milagro" (es buenísimo ese nombre) y aprovechan para hacerle el tren delantero que se venía postergando hace rato. Cuando llega la noche, como te acostaste temprano y te levantaste correspondientemente, ya estás cansado, y aunque el auto anda, no estás como para salir a trabajar. Te cuentan que te podrías haber matado porque el rulemán perdió todas las bolitas y entonces la rueda estaba encastrada nomás, como en esos autitos de madera para que jueguen los chicos y armen y desarmen...

Al que salís a la mañana y conocés esa otra cara de la ciudad: La de los autos todos apiñados por el centro, la gente con su mascarita diurna (a la noche parece como si el inconsciente se transparentase un poco más), el sol pegando de frente o de costado. Es otra cosa. Es muy lindo andar de día también, pero por ahora a mí dejame con la tranquilidad desértica y los personajes de la noche.

Uf, me voy a Santa Fe a ver si conozco a la hija de 13 días de edad de unos amigos. Juana Isabel Aymará Coria Miguez, si no me equivoco. Qué fuerte. ¡Salud!

lunes, 22 de agosto de 2011

Instrucciones para ver el amanecer.

Ya estaba terminando mi largo turno de sábado cuando se me ocurrió la maravillosa idea de ir a ver el amanecer sobre el arroyo saladillo. Así que comencé a jugarle una carrera al sol hasta el horizonte (no necesité apurarme, llevaba una clara ventaja).

Cuando llegué a calle Centenario, el paisaje se veía hermoso: Todo el pasto cubierto de una fina capa de escarcha que lo emblanquecía y le daba la pinta de una maqueta perfecta, de ilustración de cuento infantil o decoración de torta de cumpleaños. Sobre algunas partes del arroyo se levantaba una espesa niebla. El cielo ya estaba claro y la misteriosa estela de un avión dejaba su marca naranja sobre él.

El canto de los pájaros se escuchaba hermosamente.

De repente, un patrullero aparece en el retrovisor. Les hago espacio, pero se detienen a mi lado. "¿Qué andás haciendo por acá, flaco?", pregunta un pelado parecido al bahiano. "Estoy mirando", contesto. Entonces la morocha petisita me pregunta: "¿De dónde sos?". Me llenan de preguntas buscando especificidades de todo tipo, como por ejemplo de qué trabajaba y si estaba bien. Parecían muy preocupados por escuchar que yo estaba bien...

Por supuesto que lo estaba, hasta que llegaron ellos, mirando mi amanecer. Sí, reconozco que tal vez estaba en una zona donde la gente suele ir más seguido a tirar cadáveres o a suicidarse (y es probable que supusieran que yo andaba en una de esas), pero estaba contento.

Al final terminé yéndome y fotografiando el sol recién salido desde casa... Aunque fue divertido interactuar con policías. Su ansia de encontrar algo sospechoso y su entrenamiento para considerar a cualquiera un enemigo, parecen convertirlos en una suerte de amables analfabetos emocionales paranoicos... Qué camino extraño han elegido...

En fin, me dieron ganas de armar grupos de personas para ir a ver el amanecer todos juntos de vez en cuando a lugares así de lindos, a ver si de esa forma puedo irme sin que me queden resonando advertencias como la despedida del oficial: "No hagas boludeces, flaco".

domingo, 21 de agosto de 2011

Payasos en el retrovisor.

En este trabajo uno tiene la suerte de conocer a mucha gente, y mucha gente hace muchas cosas. Es interesante encontrarse con personas que tienen proyectos muy lindos, y no pierden oportunidad de relatarlos. Me parece que es bueno saber que más allá de las apariencias de altruismo o egoísmo, a este mundo lo hacemos entre todos. Y cuando hacemos, estamos haciendo de este mundo un lugar mucho más agradable. Hacer es la fuente de todo. Hacer lo que amamos es lo mejor que podemos. Y amar lo que hacemos es lo mínimo que nos debemos.

Por eso fue tan lindo ir a buscar a mi hermana y su amiga Zio vestidas de payasos de ir a repartir juguetes a qué se yo qué chicos por el día del niño (más allá de que eran muy graciosas).

Y es lindo llevar a gente a dar un concierto, con instrumentos y todo, o llevar a un iluminador a enchufar sus lucecitas mágicas, o a una mujer con un proyecto cooperativo de readaptación laboral.

Me hizo pensar en esto una mujer que dirige una comparsa en zona sur (Generación Futura, por Entre Ríos y Khantuta más o menos) que dice que hace 16 años que vienen con esto (me dijo que invite a quien quiera a participar, así que están invitados). Lo lindo fue que me contó cómo en su barrio todavía la gente sale a la vereda a compartir la vida, que la calle no está desierta como si la noche fuera una bomba nuclear y las casas refugios anti-radiación. Ahí me di cuenta lo lindo que es conocerse con el vecino, compartir algunas cosas (Yo mismo, que no tenía esa costumbre y ahora salgo seguido de casa y estoy un rato en la vereda entre que acomodo todo y atornillo el taxímetro, me di cuenta de lo lindo que es saludarse con los vecinos). Estos detallecitos cotidianos realmente pueden embellecer nuestras vidas.

En fin, como alguna vez escuché recomendar al gordo Casero: "Hagan, hagan, hagan, hagan, hagan".

sábado, 20 de agosto de 2011

De vuelta a las calles.

El auto quedó hermosísimo. De un andar especial, con un embrague silencioso. Le duró unas 50 cuadras, después algo se fue aflojando y la horquilla del embrague volvió a vibrar. Después resulta que el medidor de gas se desconectó, o algo por el estilo; así que me quedé sin, de sorpresa. Por suerte acababa de dejar a mis últimas pasajeras. Lo puse en nafta y di marcha, sólo para descubrir que el burro hacía un ruido horripilante: como si intentaras decapitar a robocop con un ventilador.

Evitaré caer en la generalización (por respeto a los mecánicos), pero pareciera que algunos talleres son como las instituciones religiosas: un fraude. Uno escucha decir a la gente que arreglan una cosa y rompen tres, y parece que algo de eso hay... pero bueno, a ponerle onda y seguir... Que por suerte, mi hermano (Iván, el mecánico y dueño del auto) lo puso a punto en la puerta de la remisería, cagándose de frío dos horitas en las que me tocó operar la radio... Lo dejaremos para otro momento.

La verdad es que no tengo ganas de quejarme demasiado, conocí gente muy interesante y recordé la emoción de recorrer las calles. Tuve el gusto de que mis primeros pasajeros sean amigos míos: el Li, el Facu y su hermano mayor "el flaco" Fagioli. Por un momento me dieron ganas de tener alfombritas rojas en el auto para ocasiones como éstas.

Y terminé tan cansado que vine derechito a casa, y es la primera vez que no siento el divertidísimo efecto post-manejar que nunca les conté (parece que funciona cuando uno no está del todo cansado): Las primeras veces, cuando me iba a dormir, podía ver una especie de calle virtual que se desplazaba por mis párpados. Como si siguiera arriba del auto, o atacando la estrella de la muerte. Y aún más impresionante es que cada tanto pasaba por lugares que había visitado esa noche, como si mi cerebro hiciera un relevamiento de las calles que conocí.

Quizás ese es el secreto del superpoder de los choferes, que con el tiempo logran saber llegar a cualquier lado e incluso explicarle a otros cómo hacerlo.

Voy a buscar el auto al lavadero, y después a buscar mi próxima historia.

miércoles, 17 de agosto de 2011

Campaña contra el analfabetismo direccional.

A mi primo Gonzalo, escritor y profe de lengua.
Nótese que si usted gira el monitor, estas verdades se mantienen.
Un estudio de campo tras la primer semana de trabajo arroja cifras que podrían resultar impactantes: Entre un 20 y un 30 por ciento de las personas que utilizan remises desconocen el significado de la derecha y la izquierda.

En su lugar, utilizan expresiones deícticas (que precisan una señal gestual para ser comprendidas) como "allá" o "aquel lado". Esto resulta algo difícil de entender para quien maneja, ya que su atención visual está concentrada en el camino y el funcionamiento del vehículo, y no en los gestos de una persona que va en el asiento trasero, por muy desesperados que sean.

Para evitar la incomodidad de tener que ofrecer excusas como: "Bueno, yo qué sé cuál es la derecha y cual la izquierda... Si el otro día mi hermano me preguntó para qué lado iba el reloj y yo sé que algunos dicen que para la derecha, y otro para la izquierda, ¿Para qué lado va la aguja del reloj?" daremos una pequeña explicación de las direcciones:

Antes que nada, debemos comprender un hecho fundamental que nos salvará de discutir con quien tengamos enfrente: Las direcciones "derecha" e "izquierda" funcionan exactamente como "adelante" o "atrás", partiendo de nuestro punto de vista. Por eso, no importa si usted mira al este o al norte, al sur o al oeste, la siguiente oración le dará un ejemplo infalible de direccionalidad:

Esta palabra está a la izquierda de esta y a la derecha está esta.

("Ley de la dirección" o "Ley de sentido de lectura", formulación frecuentemente calificada de confusa por repetición de la palabra "esta" y su homónima homógrafa "está").

En cuanto a los giros, es importante contemplar un reloj, ya que la forma más precisa de referirse a ellos es a través de las expresiones "sentido horario" o "antihorario". El sentido horario es, en general,  hacia el que se gira una canilla de agua para cerrarla. El antihorario, para abrirla. Quizás un nuevo gráfico lo deje más claro:

martes, 16 de agosto de 2011

Retiro espiritual.

A mi padrino y a mi hermano, los mecánicos de la familia.

Con las cosas interesantes que pasan cuando uno anda por la calle, es fácil extrañar el trabajo. Pero si algo aprendí en la vida es que no es bueno trabajar demasiado. Moderarse con la actividad laboral es tan necesario como con cualquier otra cosa. Y manejar cansado es un riesgo que se evita descansando.

Por suerte, sobre todo con un modelo '98, el auto nos da la posibilidad de descansar con cierta frecuencia. A cierta edad, estas temperamentales máquinas rodantes empiezan a inclinarse hacia un contacto más profundo con su ser esencial. Y lo demuestran rompiéndose.

Uno, no sé si por creyente o por complicidad con el coche, le perdona que pida el franco con una falla (después de todo la única forma de protesta de la materia organizada es romperse) y ahí nomás lo manda a un taller mecánico, que, como su nombre sugiere, es la Meca de la religión de los automóviles. Porque si usted todavía no se enteró, debería saberlo: Los mecánicos son los sacerdotes del mundo automovilístico. El puente entre todo carro y su Dios, o, lo que para el caso es lo mismo: la fábrica.

¡Qué bien se debe estar sintiendo en este momento el Peugeot! Con toda esa gente a su servicio, haciéndole masajes, acomodándole los desajustes, tocándole las partes flojas... Ya me lo imagino, sintiendo las cosquillas de los muchachos desde la fosa, recibiendo de capot abierto el milagro terrenal de uno y otro repuesto, bajo la atenta mirada de una sacerdotisa pelirroja de tetas impresionantes.

Y qué lindo va a ser volverlo a ver: con un embrague más fiel, una nueva bomba de frenos y una sonrisa faro a faro.

lunes, 15 de agosto de 2011

El idioma "gordi".

A mi amiga Rocío, escritora, filóloga y creyente en la magia.


Cuando me decían que los rosarinos eran como los porteños, al principio no lo quería creer. Pero parece que es así nomás: Un porcentaje importante de la población estaría empleando un dialecto distintivo de origen rioplatense (rivera sur) para comunicarse.

La verdad es que no tiene mucho misterio. Funciona parecido al rosarigasino, solo que en vez de "gasear" las palabras para confundir al extranjero, se anexa el apelativo de "gordo" o "gorda" (dependiendo del sexo o la orientación sexual del interlocutor) al final de cada frase pudiendo también utilizarse la versión unisex "gordi". La palabra vendría a evidenciar el punto final. Una función que sólo le conocía a la expresión "cambio", utilizada en el idioma radial para asegurarse la transmisión de la totalidad de un mensaje y advertir al otro que puede utilizar el canal.

Como antropólogo amateur arriesgo una teoría sobre la utilidad de este uso: Todas las personas que utilizan el idioma "gordi" son extraterrestres de poca memoria que necesitan comunicarse todo el tiempo con ese código específico para recordarse a sí mismos que pertenecen a la misma especie. Estarían poblando lentamente la tierra desde Buenos Aires.

Pero algunos la considerarán delirante, así que propongo esta otra: Se trata solo una palabra que estas personas deben repetir constantemente para no perder su forma humana lograda por medios mágicos. Esta teoría es más abarcativa: Explica el uso de muchas muletillas como "boludo", "loco", "chabón", "eh..." o combinaciones como "tipo nada", por dar algunos ejemplos. Quizá la palabra clave depende de la especie original que uno desea ocultar. "Gordi" podría ser la clave específica para sapos convertidos en humanos. 

domingo, 14 de agosto de 2011

La decepcionante aparición del Lobizón.

Eze: Che... anoche hubo luna llena también... Así que, adiviná a quién llevé...

Lu:
¡¡Al hombre lobo!!

Eze:
¡Auhhhhh!

Lu:
Jajaja... Genial.

Eze:
Tal vez tendría que haber esperado un poco para contarlo, pero me muero de ansias.

Lu:
¡¡Pero no!! No oculte información... ¡¡Sobre todo a los que pendemos del hilo de la intriga!!
Igual, igual, igual... no hay nuevas entradas en la bitácora...

Eze:
Eh, pará, recién llego. Estamos en eso.


Lu:
Peeeero, ¡cosa seria...! ¿Qué te pensás? ¿¿Qué es eso de andar desparramando la fragancia de tus palabras, si cuando uno se dispone a degustarlas, se encuentra con las sobras de ayer?? No, no, no... ¡El hombre lobo ahora, carajo!


Eze:
Jajaja. Si querés te adelanto la decepción que me llevé... pero no te lo recomiendo.


Lu:
¡¡Pero por favor!! ¡¡No insulte mis ansias!! A mi me da la crónica terminada, o nada...


Eze:
Entonces le comento que usted está en este momento haciendo la coautoría. ¿Para qué escribir dos veces si puedo escribir una? Primicia absoluta: el hombre lobo es panadero. Viaja todas las mañanas, aunque no siempre se transforma.


Lu:
Chan chan... ¡Auuuh!


Eze:
Antes de anoche, cuando lo llevé, le empezaron a crecer pelos, así de golpe, y le salía una baba espesa. Un asquete. Por suerte tenía un mantelito de plástico que se puso, sino me hubiera ensuciado todo el auto. El asunto es que se compra unas pastillas para controlar la licantropía, pero se las compra en negro porque no tiene obra social, y este mes no pudo conseguir a principio de mes, como acostumbran. El que le compra los remedios entendió que los necesitaba para el 15, la gente se confunde con la luna.

Anoche fue más terrible la transformación... y acá es lo que te digo que me decepcionó un poco, porque íbamos por Ayacucho, cruzando Arijón, y el tipo me dice: "Pará, pará; pará acá que tengo que bajar urgente". Y ahí nomás se bajó y se puso a correr y ladrarle a los autos. Me tuvo así quince minutos, hasta que recuperó la forma humana.

Después seguimos viaje, me contó que cree que el Padre Ignacio es doble mano en cuanto a orientación sexual, y me pagó la espera con facturas. Como para no perdonarlo...

sábado, 13 de agosto de 2011

Erre erre pe pe (pe pé pe pé).

Sí, cuando uno pasa toda la noche llevando y trayendo gente nunca antes vista, se complica ver a los amigos. Anoche hice un experimento con resultados interesantes: A cierta hora calma decidí aparecer por lo del Li (ex-simio guitarrista), y dio la casualidad que justo estaba el Juani (simio amigo). Después de largos abrazos y mucha emoción (sobre todo del Juani) logramos tener una conversación postergada sobre proyectos musicales, y hasta ligué un par de porciones de pizza que aun ahora agradezco. Cuando salió un viaje por la zona de su casa, salí a buscar a mi pasajera.

Casualmente, esta mujer iba muy cerca de la casa de otro amigo, el Coyen (coyen), así que decidí repetir la estrategia de visita. Tras golpear la puerta apareció el Fede (gourmete psicodélico) preguntando "quién es". Resulta que estaban con la sole (bruja semiprofesional), Belén (la rubia candombera) y un par de personas más (la morocha alta, distante y proactiva; y el señor misteriosamente gracioso de mirada atenta) que integran una banda de ruidosos (percusionistas) que se hacen llamar "Pólovora en chimangos" (o algo por el estilo). Allí recibí una nueva dosis de pizza y la porción de tarta más sabrosa del mes, para luego deleitarnos con una improvisación sonora que, al cortar en seco como suelen acabar esas cosas, terminó con inesperado final proveniente del Handy (jandi).

Descubrí que a pesar de mi nueva capacidad de oírlo sólo cuando me dan instrucciones o me llaman, el resto de los mortales tiende a conmoverse bastante por el curioso receptor radial. Lo sorprendente es que, además de la curiosidad y efímeras sospechas de ventriloquía, les despertó una risa de la madre y para qué te cuento. Sobre todo al Juani.

En definitiva, estos walkie talkies con 15 cuadras de rango son la sensación de las reuniones.

Hoy iba a contarles del hombre lobo de Villa Gobernador Gálvez, pero primero los amigos (Gracias). Después de todo, dijo que llama a la remisería todas las lunas llenas, así que quizás en 28 días vuelva a saber de él (Y a decir verdad espero que podamos vivir algo interesante, porque si les contara lo que vi hoy, creo que simplemente se morirían de asco).

¡Buen día!

viernes, 12 de agosto de 2011

Arltiana.

A mi primo Gonzalo, escritor y profe de lengua.

"Se pasa".

Creo que es el insulto más amable que escuché en mi vida.

En la remisería hay boludos, hay pelotudos, hay forros, caras de verga y hasta hijos de remil puta. Pero los que más abundan son los que "se pasan".

A mí me suele pasar, literalmente, al no conocer bien todavía las calles, que sigo de largo en vez de doblar, o que buscando el 3700 termino en el 4000. Sobre todo en esas misteriosas calles con numeración repetida (Como si las placas tectónicas tuvieran un corte por Rosario que generó cuadras de la nada desorientando a los topógrafos -prometo investigar más al respecto-), o esas puertas que son el 83 pero están entre el 31 y el 45.

Pero acá pasarse es distinto. El que se pasa sorprende, y a la vez, produce una especie de ternura. Como si fuera el señalador más apropiado para esos errores que el ser humano tiene justificados, esas cosas que no se hacen a propósito sino por distracción, y que a cualquiera le pueden pasar.

Es casi como si fuera la manifestación de un instinto paternal. Da la impresión de que los hombres, cuando deciden agruparse en confederación de padres de uno (el que "se pasa") le aplican el adjetivo para permitirse unas risas casi de orgullo.

Y uno lo recibe así, como una especie de felicitación, como la redención de todo error cometido. Como si el logro de esa estupidez tan chiquita significara una obra de arte en medio de un mundo donde todo intenta estar orientado en base a la eficacia.

Y esto hay que reconocerlo: Ante cierto grado de presencia del cálculo y el control, a veces está bueno "pasarse". Una boludez bien puesta y bien tomada puede alegrar más de una vida.

¡Que se pasen!

lunes, 8 de agosto de 2011

El remisero fantasma.

Dejar las llaves adentro del auto y trabar la puerta es algo que se supone uno no debería hacer. Menos si está en Pueblo Esther, a 10 kilómetros del duplicado más cercano, después de viajar a solas con una perra llamada Zeta (un can hembra, no una mujer exuberante y estrambótica) en el asiento trasero. Tras varias ideas fallidas para reabrirla, algunos movimientos de un alambre por la hendija entre la puerta y el marco salvan la noche. A la vuelta el operador decreta: "Eso es por viajar con el vidrio levantado del todo". Y claro. En esto del remís, como en cualquier otra cosa, conviene ser abierto.

Y así, entre mate y mate, me enteré la historia del correntino, un chofer que habría terminado sus días dentro del auto, por miedo a quedarse afuera. Una versión cuenta que en realidad fue su mujer la que lo echó de la casa porque él la llamó para pedirle que le mande el otro juego. A las tres de la mañana. El día del casamiento de su hermano. Casamiento al que el correntino había faltado porque tenía que laburar.

Es que la mujer del correntino era tan buena. Lo quería tanto, tanto, que siempre le creía todo, todo. Y el correntino también la quería, y nunca le hubiera mentido. Por eso se puso tan contento de verla llegar con su colega a alcanzarle las llaves y cebarle unos mates, toda arreglada como para la boda de un hermano. Por eso la abrazó y la besó a pesar de su cara de sorpresa. Por eso se enojó con la otra cuando le empezó a pedir explicaciones de quién era "esa", la muy desubicada. Por eso se puso triste cuando ella le empezó a pedir explicaciones por la "otra". Y por eso no le quiso creer cuando ella le dijo que era la última vez.

Después de una discusión se subió al auto y siguió trabajando. Era su forma de no pensar. Cuando volvió se encontró la cerradura de la casa cambiada. Cada tanto la llamaba, pero ella no lo dejaba volver. Dicen que al principio se bajaba al baño, se lavaba en estaciones de servicio y compraba la comida en rotiserías. Después ya les encargaba viandas a los playeros, cuando paraba a cargar gas. Los convenció de que no lo hagan bajarse, y como lo conocían, lo dejaban. Creían que era por un tiempo, que ya se le iba a pasar.

Dormía sobre el asiento reclinado y seguía trabajando. Después de un tiempo la gente ya no quería subirse, porque no soportaba el olor. Y él mismo a veces se negaba a abrir la puerta. Tomaba los viajes y, cuando llegaba, se quedaba mirando a la gente con cara de perro mojado. Había pegado contra el vidrio varios carteles que decían "perdoname". Cuando dejaron de darle viajes, iba a los destinos de otros y se quedaba mirando. Saludaba con dos señas de luces cortas y una larga.

Dicen que algunos contaron que cada tanto les parece ver esa señal en el retrovisor, y cuando miran para atrás, nada.

domingo, 7 de agosto de 2011

Confiando en la inseguridad.

Conocí barrio "Las flores", es adorable la nomenclatura de sus calles, da lugar a cosas como que un señor con una torta gigantesca cubierta por completo de chocolate, una mujer y su hija; se suban al coche y ordenen: "flor de nacar y estrella federal". Descubro la entrada: uno de esos caminos que pasan por debajo de la circunvalación, con algo de túnel atrofiado... De repente estoy en un pueblo del norte, un mercado de frontera con poca mercancía. Un barrio cerrado, pero lleno de gente. También de basura, colecciones de baches de todos los tamaños y un tren fantasma de esos que promocionan los noticieros. Los pasajeros me pedían disculpas por hacerme llevarlos hasta ahí. Un barrio tan temido como amado, donde uno de los operadores de la radio jugaba en su juventud un torneo de fútbol cada domingo. El premio esperaba paciente atado a un tronco: Un chancho. "Robado, por supuesto, quién iba a tener un chancho ahí. Pero es otra vida..."; recuerda con una sonrisa mi pasajero, camino a su trabajo. Los recuerdos hinchan el aire de la ciudad y alejan las miradas.

La noche, el baño dorado del alumbrado público, hace a todas las calles demasiado parecidas entre sí. Entiendo mal la indicación radial y tengo un encuentro cercano con los muchachos del pasaje 512, cuya forzada intención de ayudar ante mi evidente actitud de estar más perdido que una plantación de lechugas en la cima del Aconcagua, despertó en mí cierta alarma. Decidí confiar en ella y huir con pavor y sin disimulo de los jóvenes entusiastas. Ya me empiezo a sentir un remisero de verdad.

sábado, 6 de agosto de 2011

Primera vez.


Así empezó todo.

A mis padres.

El terror de lo desconocido, el peso de una nueva responsabilidad. Haciendo tres años de no manejar, recupero el contacto con el auto. La sensación intrauterina de recorrer la ciudad en un auto es tremenda. Es como una madre a la que uno controla a voluntad, desde adentro, en posición fetal. Imagino a los bebés conduciendo a sus madres, pateando la panza para acelerar o frenar, cambiando las marchas pellizcando el útero y tirando del cordón umbilical de un lado a otro para girar. De repente, un accidente de tránsito entre dos embarazadas. Fetos sietemesinos que bajan enojados a putearse, darse explicaciones, pedirse disculpas y finalmente intercambiar los papeles del seguro. Pedacitos de ojos, uñas y dientes desperdigados por la bocacalle.

Los operadores me explican amablemente el curso de la expedición. Me dejo guiar por calles completamente desconocidas para mí, hasta el origen del viaje. El destino lo alcanzo gracias a las indicaciones de los pasajeros. Cuánta gente buena hay en este mundo. Me alegra conocerlos.

Llego a casa y calculo mis ganancias. La más importante parece ser esa pequeña alegría de haber nacido humano. Recorrer mi sombra por las noches parece ser el plan perfecto para terminar el invierno.