lunes, 27 de febrero de 2012

Bitácora de... ¿panadero?

Un nuevo episodio de mi costumbre de coleccionar oficios.

Y sí, es algo que siempre me gustó hacer.

Pasamos del nomadismo al sedentarismo, de la ruleta del número de viajes a cobrar por hora, de la noche al día (porque es una panadería donde las cosas se hacen a la tarde y se dejan leudando).

Pensé que iba a ser muy distinto, porque ya la cámara de mis ojos no va en busca de la película de la realidad, los personajes no se suben de imprevisto en el auto ni se ven rodando por las calles a horas desmesuradas.

Creí que iba a ser más difícil encontrarme con la magia que envuelve a las cosas.

Y también pensé que al fin tendría mañanas para mí, mañanas que no pasaría durmiendo. Que podría disfrutarlas como nunca, con el amor que les tengo. Que todo se ordenaría un poco más en mi vida. Que llegarían a su fin los turnos interminables llenos de pensamientos que a veces intoxican las horas en que no te llama nadie y no podés dormir por el calor o por la radio que amenaza y a la vez promete con un viaje que "alguien tiene que hacer".

Y fui y lo hice. Y volví a descubrir que hacer es mucho más que pensar. Da mucho más. Incluso da que pensar. Ni siquiera llega a tener palabras el pensamiento, se convierte en una decisión. Y así se siente bien.

Es que ahora ayudo a hacer pan.

Corto margarinas gigantes. Acomodo bizcochitos en una bandeja. Relleno tiras de masa con membrillo. Enrosco cañoncitos.

Y es genial, entregarse a una actividad práctica con un fin noble (que mucha gente tenga pan para comer) es hermoso. Siento que allí mi única responsabilidad es hacerlo, y disfrutarlo tanto como pueda, para que eso también sea parte del alimento que producimos.

A veces me da la impresión de que todos los secretos del universo descansan en cualquier pedacito del mundo al que uno le presta la suficiente atención.

El humor del universo, por ejemplo, me cuenta el chiste de que los "sacramentos" o "suspiros de monja" tienen, crudos, forma y textura de pinchilas (las mujeres que no las conozcan, espero encuentren el momento y la oportunidad de averiguarlo -A lo sumo pídanle a un amigo que se las muestre-. Y sino vayan a una panadería y pidan un sacramento crudo. Los hombres sigan el chorro cuando van a mear desde donde choca contra algo hasta donde empieza. Eso de donde sale es la pinchila.)

Estoy muy agradecido de esta nueva oportunidad de conocerme. De tener compañeros de trabajo. Y de saber que la magia está presente en todas partes.

Y sino pregúntenle a las dos mariposas que, justo antes de terminar mi tercer día, entraron inexplicablemente a la panadería cerrada, para perseguirse entre montones de bandejas, extractores, ruido de máquinas, y mis paseos de la canilla al freezer con baldes de agua para la masa del mañana.

El peso que a veces imprimimos a la cotidianeidad puede romperse con esos pequeños actos de la vida. ¡No pude dejar de sonreir por un par de horas!

Es que entregados al placer de hacer y de servir (sobre todo a uno mismo), esos detalles son colores que nos ablandan el alma, y nos hacen más sensibles a la luz que a veces duerme detrás de las apariencias.

Gracias.

P.D.: Quedan anécdotas de remisero por ser escritas. Otras por ser imaginadas. Y vendrán las de panadero también... Y quién sabe (porque siempre vamos eligiendo, pero es difícil saber cómo habremos de escucharnos) cuánto queda por recorrer... Sean libres de dar lo mejor de sí en todo lo que elijan.