domingo, 20 de mayo de 2012

Borgiana.

Ya era tarde. Temprano para otros. En una hora había que estar en la panadería, en Villa Gobernador Gálvez, embolsando el pan. Y todo el mundo sabe que los colectivos no son famosos por recorrer la ciudad precisamente en esos momentos en que uno más los necesita. Así que estar en Rosario, tomando una cerveza en algún barcito de esos en que uno se suele cruzar gente conocida, no era la mejor idea del mundo.

Tomé la decisión de llamar un remís, después de todo no me iba a salir más de lo que ganaría esa mañana. Y por suerte terminó apareciendo bastante rápido, precisamente el auto que solía manejar, aunque en ese momento no me di cuenta.

Me subí y expliqué adónde iba. Inmediatamente después me puse a pensar en otra cosa, con esa actitud de  "listo, ya estoy yendo a mi casa, cierro los ojos hasta allá, y eso me va a dar la vitalidad necesaria para sobrevivir estas horitas sin haber dormido la noche".

Entonces me di cuenta que el que manejaba era yo. "Esta vez vamos a decidir entre los dos adónde vamos", dijo. Sí, no le voy a dar muchas vueltas al asunto. También me siento incapaz de explicarlo, porque sinceramente no nos dedicamos a perder el tiempo de tan maravilloso encuentro tratando de develar los mecanismos del universo que lo hacían posible. Sólo me miré, en silencio. El otro se rió, como si hubiera entendido todo (aunque, siendo yo, sé que seguro algo no entendí), y me preguntó: ¿Qué sentís?

Yo le contesté que la sorpresa era mínima. Que había una sensación de ansiedad atroz. De ganas de contarme todo. Y entonces seguí, tratando de no imaginar la anécdota futura de este momento, dispuesto a vivirlo.

Bajamos por Entre Ríos hasta Pellegrini, andando despacio, como siempre que surge la charla. Como siempre que disfruto manejar. Las manchas de luces se sugerían alumbrando intermitentemente el interior del auto. No dijimos más nada hasta el semáforo.

- ¿Te sentís mejor ahora que dejaste el auto?

- Sí. Es agotador manejar toda la noche. Dormir con frío en el asiento. Perseguirse cada tanto. No ver la luz del sol.

- Decimelo a mí. Igual hay cosas que yo todavía disfruto: La gente, los personajes, las cosas que te cuentan. El otro día una mujer me contó que plantó un árbol en la vereda y se lo robaron. Empezamos a charlar porque escuchar a Dolina le trajo recuerdos.

- Ja. Qué bueno. Y eso es seguro. De otra forma no lo estarías haciendo. Te conozco como si nos hubiera parido la misma madre.

Los dos miramos con cariño la plaza López. Seguro que volvimos a imaginar cuando era el lugar de despegue de globos aerostáticos, o recordamos de dónde vienen todos esos árboles exóticos. La avenida se agotaba en silencio.

- Che... ¿Por qué creés que hacemos lo que hacemos?

- Es una mezcla. Es porque queremos, porque nos aporta beneficios, porque nos permite hacer otras cosas que queremos. Porque nos gusta. Porque les gusta a los demás. Es tan difícil de distinguir a veces.

Para cuando tomamos el acceso, volvió la conversación, pero me es más difícil distinguir quién decía qué:

Tratamos de hacer lo que sentimos, en eso estamos de acuerdo. Vamos por el mundo haciendo lo que nos pinta, también de acuerdo a ciertas costumbres que hemos aceptado a lo largo de los años. Buscando que nos dé placer. Buscando dar placer. Buscando mover estructuras, nuestras y ajenas. Creemos que la forma, en sí, no es tan importante como el cómo. Pero también sabemos que en la forma están los detalles que hacen a este mundo. Todavía tenemos un poco de miedo. Seguimos buscando el respeto de otros. Y a veces nos olvidamos de respetarnos a nosotros mismos. ¿Y a quién podemos respetar así? Aprendimos a reconocerlo. Nos gusta escuchar, aunque a veces hablamos demasiado. Todavía estamos buscando la precisión de nuestro granito de arena. Con disfrute. ¿Y el miedo es a qué? ¿A encontrar? Hacia allá vamos. Tratando de aceptar la totalidad de lo que somos. Aprendiendo a verla. Aprendiendo a olvidarnos de ser solo uno. Al punto de ser, a veces, dos.

Vamos llegando a la rotonda, y surge la pregunta: "¿Qué tenés vos que yo no?"

Es interesante, en sus múltiples variantes. ¿Qué vos yo no? Hacés. Decís, pensás, sentís. Querés.

En cualquier momento entramos a trabajar. Y entonces me pido una frase que me ayude a salir de este nudo en que me he puesto. De esta mezcla de emociones, sensaciones. Que me ayude a estar acá, a ser mi cuerpo, mi mente y mi alma en sociedad. A dejar de necesitar distinguirlos.

Y ahí nomás salen, como si nada, frente a la persiana de la panadería naranja, bajo el cielo nublado, desde la ventanilla del auto a punto de arrancar, una vez que me pagué lo que me debía por el viaje, dos palabras: "Sos mortal."

lunes, 27 de febrero de 2012

Bitácora de... ¿panadero?

Un nuevo episodio de mi costumbre de coleccionar oficios.

Y sí, es algo que siempre me gustó hacer.

Pasamos del nomadismo al sedentarismo, de la ruleta del número de viajes a cobrar por hora, de la noche al día (porque es una panadería donde las cosas se hacen a la tarde y se dejan leudando).

Pensé que iba a ser muy distinto, porque ya la cámara de mis ojos no va en busca de la película de la realidad, los personajes no se suben de imprevisto en el auto ni se ven rodando por las calles a horas desmesuradas.

Creí que iba a ser más difícil encontrarme con la magia que envuelve a las cosas.

Y también pensé que al fin tendría mañanas para mí, mañanas que no pasaría durmiendo. Que podría disfrutarlas como nunca, con el amor que les tengo. Que todo se ordenaría un poco más en mi vida. Que llegarían a su fin los turnos interminables llenos de pensamientos que a veces intoxican las horas en que no te llama nadie y no podés dormir por el calor o por la radio que amenaza y a la vez promete con un viaje que "alguien tiene que hacer".

Y fui y lo hice. Y volví a descubrir que hacer es mucho más que pensar. Da mucho más. Incluso da que pensar. Ni siquiera llega a tener palabras el pensamiento, se convierte en una decisión. Y así se siente bien.

Es que ahora ayudo a hacer pan.

Corto margarinas gigantes. Acomodo bizcochitos en una bandeja. Relleno tiras de masa con membrillo. Enrosco cañoncitos.

Y es genial, entregarse a una actividad práctica con un fin noble (que mucha gente tenga pan para comer) es hermoso. Siento que allí mi única responsabilidad es hacerlo, y disfrutarlo tanto como pueda, para que eso también sea parte del alimento que producimos.

A veces me da la impresión de que todos los secretos del universo descansan en cualquier pedacito del mundo al que uno le presta la suficiente atención.

El humor del universo, por ejemplo, me cuenta el chiste de que los "sacramentos" o "suspiros de monja" tienen, crudos, forma y textura de pinchilas (las mujeres que no las conozcan, espero encuentren el momento y la oportunidad de averiguarlo -A lo sumo pídanle a un amigo que se las muestre-. Y sino vayan a una panadería y pidan un sacramento crudo. Los hombres sigan el chorro cuando van a mear desde donde choca contra algo hasta donde empieza. Eso de donde sale es la pinchila.)

Estoy muy agradecido de esta nueva oportunidad de conocerme. De tener compañeros de trabajo. Y de saber que la magia está presente en todas partes.

Y sino pregúntenle a las dos mariposas que, justo antes de terminar mi tercer día, entraron inexplicablemente a la panadería cerrada, para perseguirse entre montones de bandejas, extractores, ruido de máquinas, y mis paseos de la canilla al freezer con baldes de agua para la masa del mañana.

El peso que a veces imprimimos a la cotidianeidad puede romperse con esos pequeños actos de la vida. ¡No pude dejar de sonreir por un par de horas!

Es que entregados al placer de hacer y de servir (sobre todo a uno mismo), esos detalles son colores que nos ablandan el alma, y nos hacen más sensibles a la luz que a veces duerme detrás de las apariencias.

Gracias.

P.D.: Quedan anécdotas de remisero por ser escritas. Otras por ser imaginadas. Y vendrán las de panadero también... Y quién sabe (porque siempre vamos eligiendo, pero es difícil saber cómo habremos de escucharnos) cuánto queda por recorrer... Sean libres de dar lo mejor de sí en todo lo que elijan.

domingo, 8 de enero de 2012

Ludmila Betania.

Y sí, qué título le voy a poner. Esto tendría que escribirlo ella... Pero como no está, vamos a jugar a un "elige tu propio recuerdo de remisero".

Bueno, estabas en el auto donde pasabas casi todas las noches de esos tiempos, el auto con el que conociste rincones muy distintos de la ciudad, rincones donde no llegarías de otra forma; pero estás en la base: La remisería. Una chica de vestido negro y que no te mira demasiado (como casi todos aquellos que se suben a remises) te anuncia que irán a buscar a su hija y unos bolsos. La llevaste, ahí a la vuelta y ella bajó.

Entonces vino de adentro de la casa una nenita a preguntarte qué botón apretaste para abrir la puerta porque vos le hiciste señas de "esperá" desde adentro, y te vio, y esperó.

Entonces vos le preguntaste el nombre, y te lo dijo. Todavía no sabías que ibas a escribir sobre ella, pero estabas a punto de darte cuenta. Porque te empezó a contar muchas cosas y a explicarte casi todas las que te decía. Y vos te pusiste a charlar con ella mientras su mamá y su abuela venían con sus cosas.

Y le tuviste que explicar que ya no tenías un color favorito, que había sido el verde agua allá, muy lejos, después el verde, y más tarde el violeta,  pero que de a poco te habían empezado a gustar todos los colores. A ella le gustaba un color que parece rojo pero no es rojo, que parece rosa pero no es rosa y que vos le sugeriste que también parece naranja pero no es naranja y ella dijo: "¡Ay, es verdad!".

Y hablaste todo el camino hasta la casa de quién sabe quién que se había olvidado un anillo en el espejito del baño, pero nadie lo había visto y al final lo encontraron y por eso se lo llevaron. Ahí en tablada, donde vivía ella, que iba a una escuela donde te daban para tomar la leche y a ella la quieren mucho, y sí, cómo no la van a querer. Y su tía vivía en la lata. Y su abuela en La paz y Ayacucho.

Y como ella estaba parada cuando vos doblaste un poquito brusco se dio vuelta sin querer y quedó sentada de espaldas entre los asientos de adelante, y vos, que estabas mirando para adelante, le preguntaste cómo le pasó eso... y ¡lo hizo de vuelta!

Y te habló muy amable, y te contó muchísimas cosas más, y te habló de los otros chicos, de las cosas que no entiende, y usó más palabras distintas que cualquier otra persona que haya conversado con vos arriba del auto, y apenas pasó a segundo grado. Y vos no pudiste evitar decirle que se cuide de la escuela y que tenga cuidado de no olvidarse de lo que sabía. Y que un señor de apellido Spinetta había hecho una canción que se llamaba como ella.

Y entonces ya habían llegado a ese cumpleaños al que la madre iba con pocas ganas a visitar a unos parientes a los que Ludmila Betania seguro les iba a explicar muchas cosas (al final era ahí, en esa cortada).

Y te quedaste solo, en el auto donde pasabas casi todas las noches de esos tiempos, con la recomendación de la madre hacia su hija resonando: "No hables de más."

domingo, 18 de diciembre de 2011

La compañerita.

"Siguiendo la luna no llegaré lejos
 tan lejos como se puede llegar."
~ Los Fabulosos Cadillacs.

Esto nace, como la mayoría de las heridas y sonrisas del mundo, del comentario de un niño.

"Mirá mamá, la luna se va".

Claro, porque los árboles, la perspectiva, ¿entendés?. No se va la luna nene, no. "¡La luna se queda ahí! Esta quieta porque está muy lejos, pero nosotros la vemos porque es muy grande." dijo la madre. Y él le creyó.

Pero yo no sé a quién creerle.

Es increíble cuántas de nuestras creencias "científicas" están apoyadas en frases hechas o cosas por el estilo. "Citas de autoridad" le decían en la edad media a la argumentación de forma "Esto es así porque lo dijo tal".

¡Mentira! (Ay, me salta el niño interior, se enerva, ¡se indigna!) Y no es porque la madre del niño fuera particularmente ignorante: ¡La ciencia está muchas veces hecha de esas cosas! ¡Se reproduce de ese modo! Creando conceptos que ordenan la realidad, maquillándola de algo mensurable, controlable, conocible. (¡Pero yo quiero saber por qué todo número dividido por cero da uno!).

¿Te acordás de alguna discusión de la infancia? Yo tengo la sensación de que cada vez que sucedía una, éramos nosotros exponiendo el sistema filosófico, (ética y cosmogonía), de nuestros señores padres. Ellos eran "tal". Hasta que, como por un tubo llamado escuela, o uno de televisión, o las faringes de "la gente", se nos metieron versiones corregidas y aumentadas del Estado, la Religión y la Ciencia. Y algunas cosas más, porque por qué no decirlo: es la humanidad, viejita, la humanidad (y lloran emocionados y se abrazan). Es nuestra cascarita.

Y es como el nombre, una cosa que está ahí para usarla.

Entonces, como un día podemos decidir cambiar de nombres, como podemos decidir dejar de tenerlos, podemos jugar a no creer tanto en todas esas cosas. Y como mínimo te pasan cosas distintas.

Y ya llegamos. La familia se baja "en la última luz". La última luz de la ciudad, al lado del frighorrorífico.

Y entonces yo descubro a mi compañerita que me sigue escondiéndose detrás de los árboles. Que todas las noches está, tarde o temprano, desnuda o entre nubes, del horizonte para arriba. Cada día media hora más tarde. Me mira de lejos y me dice "Me dijeron que esta luz no es mía porque la reflejo, pero a mi me sirve para brillar."

sábado, 17 de diciembre de 2011

And I will be millions.

"I'll be back."
~ Terminator.


Una sugerencia de acompañamiento sonoro (alta letra).

Sin pomposidades ni más preámbulo que este, procedo a una confesión:

No quiero trabajar sin escribir.

Desde que decidí dejar de publicar estas cosas el trabajo es aburrido. Los pasajeros parecen siempre los mismos. Trabajo cada vez menos y menos horas, y no lo soporto demasiado. Y talaron el jacarandá desde donde un duende que no me dejaba dormir me contaba sobre los seres fantásticos que pueblan la zona.

Y es que lo que verdaderamente disfruto de ser remisero es compartir estas historias. Manejar tanto y tomando destinos prestados no es precisamente la cúspide analógica de la libertad. Es más bien un trabajo. Una cosa con nombre de tortura romana que uno hace porque es fácil e inmediatamente accesible para generar dinero para irse de la casa de sus padres a vivir con Nacho, con quien también comparte un proyecto económico más vital. Este trabajo es algo que hace hasta que la literatura, el teatro o la música puedan fluir alegremente a través de sí, como una decisión finalmente tomada, y retribuyan la estabilidad material que todos nos merecemos. Algo que uno intenta amar hasta hacer lo que ama.

Y es que me enojo un montón. Mis reservas energéticas se agotaron en algún momento, algo pasó que perdí el foco (o la absurda capacidad de hacer como que nada me importa) y ahora me molesta, qué digo me molesta, me hinchan soberanamente las pelotas las siguientes cosas: El olor a pescado, el olor a mugre, el desprecio, los malos tratos, los padres del auto de al lado que le dicen a sus hijos que la abuela sufre de presión y que más vale se porten bien con ella o se queden en casa porque sino los va a tener que ir a buscar y saben que eso no va a ser nada bueno (con la misma impunidad de sacarse los mocos en el semáforo); las multinacionales, las represiones, la costumbre de hacernos un bonsai del alma y empequeñecer este mundo maravilloso, los regateos por centavos, la falta de monedas, los que manejan de forma idiota y/o imprudente, los que tocan bocina, los que ponen música al volumen al que tendría que hablarles su abuela para que le presten atención y los siempre malditos y conspiradores lomos de burro invisibles. Escribo para encontrar lo bello en todas estas cosas. Para no creerle a la realidad sus mezquindades.

Y sí, mezclo lo superficial con lo profundo porque así es el mundo. Meto rima y enumeración porque esta es la forma: no hay forma. Por un momento creí haberme olvidado cómo hacía para escribir estas cosas, como si hubiera un como, como si "estas cosas" fueran algo prefabricado. "No se equivoque señora", me digo exactamente ahora, que antes que pase una hora una nueva crónica desflora.

Es así, es el arte de hacer. Y si siempre hay una buena excusa para hacer lo que queremos, siempre podremos elegir entre la excusa y lo que queremos.

Gracias a todos sus agradecimientos, sus cariños, sus reclamos. Gracias a todos.

Este humilde conductor reconoce no es más que la identidad secreta de algo más grande, y retoma así la pata mágica de su servicio urbano. La que siempre fue el fundamento. La que da fuerza.

Hasta mañana.

domingo, 2 de octubre de 2011

Puteríos.

"El modo de adquirir una buena reputación es esforzarse en ser lo que se desea parecer." ~ Sócrates.

A mi prima Marianela, que se recibió de abogada, así que sabrá de estas cosas...

A veces la remisería parece una telenovela.

Creo que pasa en todos los lugares de trabajo... Uno de repente se "cruza" con algún otro, y la máquina empieza a engranarse. Algunos, incluso, tienen largas historias de conflicto con otros. Y hay a quienes todas esas cosas les importan poco. Pero no por eso dejan de aparecer nombrados en comentarios insidiosos. Y cada tanto se permiten emitirlos.

Sí, la sal de cualquier trabajo, la madre del folclore y las anécdotas, son esas absurdas disputas nacidas del éter que han acabado, por ejemplo, con el gordo griego, pelado y puto que dijo la frase que encabeza nuestra crónica de hoy.

Porque a Sócrates, es sabido, lo mataron los puteríos: Las boludeces insignificantes que uno dice (o hace, también hay puteríos "en acto", que son fruto de la acumulación desmedida de energía mierdética hacia alguien) a o con respecto a otro, porque está enojado ¡y a veces ni siquiera lo sabe!

¿Serán los puteríos una forma de entretenimiento negativa surgida del peso de vender la fuerza de trabajo a un proyecto alienante que sentimos nos impide realizar nuestro potencial creativo?

Ayer viví uno de esos emocionantes acontecimientos... Yo venía pensando en otra cosa y alguien (no viene al caso quién -díganme si no es bien de puterío esa aclaración, como que muchos la dicen con el siguiente tono: "No les digo quien porque me rompe tanto las pelotas que tarde o temprano te vas a dar cuenta y espero que termines odiándolo como hago yo"-) me pregunta "¿Estás enojado que no saludás?"; una manera de decir que intenta ser un chiste, aunque no suena amable. Entonces, habiendo notado que efectivamente estaba enojado, se lo hago saber, y el por qué.

Ahí empieza una de esas breves discusiones que se dan en esos ámbitos. Pero yo la verdad dejé de prestarle atención. Esas cosas siempre se resuelven, o quedan en el tintero hasta que alguien es asesinado en otra parte del mundo y nunca se entera que todo empezó por un puterío a miles de kilómetros (por eso es mejor ser cuidadosos). El asunto es que dejé de prestar atención porque estaba contento. Me alegré mucho cuando pude decir que estaba enojado a quien me había servido como excusa para ese enojo, totalmente mío.

Y es que si aceptamos que los humanos tenemos algo de espejos los unos de los otros, está bueno largar el enojo cuando uno lo tiene más o menos direccionadito, cuando está y es genuino... Así nos descubrimos y le damos al otro la oportunidad de verse reflejados; y así vamos intercambiando experiencias con los demás. ¡Díganme si no es divertido! Al menos hasta que te parten un fierro en la cabeza...

Y lo más gracioso es que la excusa siempre es un detalle menor. Muchas personas que conozco se acuerdan bastante más de la sensación de "asco", "rechazo" o "pelotudez mental" que le produce el otro, que de cuál fue el evento desencadenante de tan nefastas emociones. Y si vamos un poquito más profundo, el "otro" (el objetivo) también es un detalle menor. Esas cosas ni siquiera suelen ser personales... Sin exagerar, creo que el 99% de esos enojos se generan en lo más íntimo de nuestro ser... y suelen ser enojos con uno mismo.

En definitiva, enójese, diga lo que tenga que decir, forree y putee; es un juego entretenido. Pero, por favor, trate de no hacer puterío: Sinceramente, dudo que sea bueno para usted, pero lo más importante es que... rompe mucho las pelotas.

Que tengas un buen día, y, si tenés algo que decir, sabés muy bien dónde te podés ir (¡a dejar un comentario haciendo click acá abajo en "pasajeros charletas"!).

lunes, 26 de septiembre de 2011

Criaturas curiosas: Duendes y dragones.

"Ábrete sésamo". ~ Palabras mágicas para abrir la entrada a la cueva de Alí Babá y sus 40 ladrones.

Anoche volvió a haber humo en las calles, así que decidí retomar esta historia inconclusa, que viene de: "Criaturas curiosas: Primer contacto".

Cuando miré para arriba, entre las ramas, vi una especie de bebote narigón, de contextura atlética, vestido con recortes de ropa vieja. Un duende.

- ¿Por qué me caminás por arriba del auto?- Le pregunté.- ¿No se rayan estos techos?

- Es que se me cayeron unos venenitos.- Dijo.- Fue sin querer queriendo, perdoname.

Entonces lo invité a pasar al auto a charlar un rato, cosa que agradeció; porque les da un poco de cosa que la gente los mire (no porque quieran esconder la magia del mundo, es un simple complejo de inferioridad: se sienten feos).

Le ofrecí un poco de agua y media banana (siempre llevo fruta en la guantera). El tipito chocho. Me explicó que nunca hay que apuntar a uno de ellos con una linterna, porque cuando eso pasa se hacen invisibles "sin querer queriendo". Lo malo es que si se quedan mucho así, mueren; y eso es una cagada porque se quedan invisibles y sus amigos no pueden volver a encontrar sus cuerpos. Por eso la luz eléctrica de las ciudades los mantiene alejados, excepto a él y algunos como él que se tapan con mucha ropa y vienen a hacer viajes iniciáticos al territorio de los humanos.

Me dijo cosas muy interesantes, como que pueden convertirse en comadrejas, iguanas, gatos y otros animales así, más que nada para cruzar apurados las rutas. Los más chiquitos se hacen cuises o ratones. Los más viejos, perros. También aprovechan madrigueras para vivir. Y admiran a los pájaros.

Y de tanto hablar y hablar, además de cosas que me pidió que no les cuente, me habló del pasaje "Dragones de Rosario". A mí siempre me había llamado la atención, es paralela a San Martín para el lado de Ayacucho, a la altura del 6400 más o menos. Parece que, aunque pocos lo saben, ese pasaje se llama así porque sus garages y galpones no son ni más ni menos que madrigueras de dragones. Y ellos tienen un rol esencial para el funcionamiento de cualquier ciudad. Son como un cuerpo de bomberos, pero al revés: Cuando es necesario, estos seres magníficos salen a quemar lo que haga falta.

Los duendes no están muy de acuerdo con esto, porque, aunque rechazan insistentemente la propiedad privada (simplemente la desconocen y se ríen de ella) son amantes de los objetos materiales. Es que para un duende todo objeto es una obra de arte, y destruirlo es un crimen. Pero este duende en particular se ponía un poco más en el lugar de los dragones: Dice que su fuego transmuta y cura.

Es por eso que ellos incendian lugares donde la gente se enoja mucho, para quemar esa furia y que no se transforme en algo peor. Ésa es su función principal. Pero, de vez en cuando, como no les gusta el olor, salen a quemar basura. Y algún que otro zarpado va a la isla a cazar vacas y sin querer se prende fuego un cacho de bosque...

¿Ahora entienden por qué era difícil de contar? Creerlo o no creerlo está en ustedes, como siempre.

Lo que les dejo a modo de evidencia, es esta noticia que refleja una joda que le hicieron los duendes a los dragones en la guerra cómica que se declararon mutuamente: Robaron unos castillos inflables que ellos habían alquilado para recordar sus gloriosos días medievales y sacarse fotos. ¡Con lo que les costó a los dragones alquilar castillos inflables! Imagínenselos tratando de hablar en humano por teléfono. ¡Ya sostener el teléfono es jodido para ellos!

En fin, que la magia los encuentre.

En cuanto a mi amigo el duende, me dijo que pase cuando quiera, que él conoce muchísimas historias de nombres de calles y criaturas ocultas... y es que éste ya aprendió a transformarse en perro.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Pedacitos de la noche.

Foto: María Jimena Dominguez.
“Para mantener una verdadera perspectiva de lo que valemos, todos deberíamos tener un perro que nos adore y un gato que nos ignore.” ~ Derek Bruce.

Al Osvaldito, mi primer y único gato; y a Pastor, las Wandas, Yeni, Kazu, Harina y Botella, mis muchos perros de ayer, hoy y siempre.


De tanto andar por los mismos lugares empiezo a acostumbrarme a ver a los mismos animales en más o menos las mismas zonas de la ciudad.

Los perros tienen territorios más grandes, al menos eso parece: Anoche fui a buscar a un par de alegres catorces a un club por calle Paraguay y un hermoso perro parecido a un lobo nos siguió todo el recorrido. Me hizo acordar al Buck de "The call of the wild" de Jack London. Era un siberiano loco y corría a más o menos 25 km/h. Estuvo pegado al lado del auto todo el tiempo, mirando hacia adentro, sacando la lengua para afuera y desarmándose para transformarse en una especie de flecha peluda que cada tanto se cruzaba por enfrente del auto: "No me vas a pisar al perrito", recomendaba el feliz pasajero. "Ni loco, este perro es lo más", pensaba yo.

Cuando llegamos me explicaron un poco: "Él siempre nos sigue hasta acá, ahora le damos algo de comer y se vuelve para el club. En un rato llega el otro, que viene más lento." Se ve que son proclives a la demagogia esos bichitos tan peronistas.

Quizá alguna vez nos detengamos a analizar más profundamente su costumbre de ladrarle a las ruedas de los autos... Daría la impresión que el perro aprendió a ladrar cuando el hombre salió a probar la primer rueda. 

Ahora, los gatos. ¡Qué animalitos más misteriosos! No esos que ayer nomás le daban al Rock Nacional el  consejo del naufragio; Sí esos que se mueven sobre el pavimento como pedacitos encarnados de la noche.

Es maravilloso verlos cruzar: atentos a todo, moviendo sus patitas tan rápido que es como si, en vez de dar cada paso, les desapareciera una de atrás y les apareciera adelante, clavada al suelo; y su cuerpo se desliza en esta sucesión de apariciones como un gusano veloz de apariencia inmutable.

Detectan increíblemente todos los sonidos y cambios del ambiente: Anoche, mientras esperaba por el barrio de la mandarina, uno de ellos se detuvo en seco al escucharme hacer un ruido dentro del auto. Comprobó, como suelen hacer los gatos, que no pasaba nada muy interesante; y siguió de largo...

Una vez leí: "Los gatos, hace miles de años, eran adorados como dioses. No lo han olvidado."

domingo, 18 de septiembre de 2011

Zorros coreógrafos.

Manejar un auto es una experiencia maravillosa. Casi tanto como tener un cuerpo, excepto que es un cuerpo insensible de plástico y metal. Y además uno puede destruirlo sin necesariamente morir.

Cuando recién empezaba a manejar, allá por los años 00's, me parecía notar en el tránsito una especie de danza. Y cada tanto esa sensación vuelve a mí... Autos que van y vienen, que se cruzan, se alumbran el paso iluminando las esquinas, se gritan bocinazos o se abrazan entre sí o al entorno, en la escultura posmoderna de un choque.

El carácter de la coreografía es una perfecta descripción del estado de ánimo de la ciudad.  Y cada día, a veces cada hora, tiene la suya propia. Las hay ansiosas, irascibles, regulares, esquizofrénicas, armónicas. Hay solos, conjuntos, ballets enteros de automóviles que combinan sus formas y colores con el gris del asfalto como sustento.

Se siente. La frecuencia de aceleraciones y frenadas, el grado de facilidad para cambiar la marcha, para realizar maniobras y cambios de rumbo, la soltura o la sensación de claustrofobia que produce el quedar atascado en un embotellamiento.

Realmente, observar estas cosas le permite a uno dejar su mente y cuerpo encargados de dirigir el automóvil, y a la imaginación encargada de entretener con conclusiones. Y así surgió la de hoy:

Es un milagro que no se produzcan más accidentes.

Es un milagro que podamos manejar, todos los que manejamos, recorrer una ciudad cuadriculada, de calles rectas, semáforos intermitentes, luces rotas, apuros costumbristas, frustraciones... Y todo eso entre camiones, motos, autos, bicis y seguramente algún que otro espíritu protector invisible.

sábado, 17 de septiembre de 2011

Wet dream.

Gracias a Pato por la imagen. (En facebook: Patricio Daveiga Fotógrafo).
A los chicos de Monólogos Desaforados, por la maravillosa función de anoche, y más.

Hoy también fue noche de estrenos.

Fue la primer noche que hice más kilómetros ocupado que libre. O sea, manejé más con pasajeros encima que sin ellos. O sea, rinde. Se supone que lo ideal es un 50 y 50. Es ir a buscarlos y llevarlos, pero a veces implica también volver, y si no sale un viaje por donde uno anda, se estiran los kilómetros desocupados. Re divertido, ¿no? Les contaría detalles de la fabulosa planilla que hice para llevar la cuenta de ridiculeces por el estilo, pero creo que sería aburrirlos innecesariamente.

Sobre todo habiéndome enterado gracias a la sección "estadísticas" del blog, que fue leído en Rusia. Es magnífica la obsesión por conocer cosas, cómo nos lleva a terminar enterándonos de datos así de extraños... Por suerte la guerra fría terminó hace rato, porque yo no quiero tener problemas con nadie, y estas cosas me dan un poquito de impresión... ¿Cómo habrá sido? Pensar que allá se está terminando el verano...

Una vez recuerdo haber interactuado con una chica rusa. Fue por chat. Ella estudiaba derecho, pero le gustaba la filosofía. Se llamaba algo con A. Estaba trabajando en una empresa interesante: Ella se mostraba por una camarita, en poses tentadoras, y el público podía elegir pagar con la promesa de ver algo más bien erótico... Yo, que entraba más de curioso y alpedista que de pajero, le empecé a hacer preguntas amables y terminamos hablando de Nietzsche.

Es que a mí siempre me produjeron sensaciones encontradas las barbaridades que suelen decir los hombres excitados a cualquier tipo de mujer. Uno no sabe si quieren atraerlas o alejarlas, pero pareciera más bien lo segundo. ¿Una manifestación de la histeria masculina? Siempre me acuerdo que una vez fui a Buenos Aires a acompañar a un amigo a buscar un bajo que compró por internet. Fuimos con un remisero, que manejaba (lejos estaba yo de intuir que alguna vez formaría parte del gremio), y un camionero, que cebaba mates. No es por alimentar un prejuicio, quizá bien fundado, pero ese día escuché el mayor número de piropos y vejaciones lingüísticas simultáneos que cualquiera puede llegar a escuchar en su vida sin vomitar... Uno de los más livianitos y simpáticos era algo así como "Te regalo un camisón de baba tejido artesanal". Los pesados se los dejo a su imaginación...

También fue la primer noche que trabajo con lluvia. No llovió mucho, es cierto, pero sí lo suficiente para mantener la ciudad mojada. Se nota a la primavera acercándose a mayor velocidad. Está ahí, a la vuelta de la esquina. Ya se huele en la tierra, y hace un tiempito que se asoma por los escotes de moda... Bueno, lo reconozco: No soy de piropear, pero sí de pispear... Así que si alguien precisa donaciones de saliva, las mandíbulas están abiertas.

Sobre todo si es por una buena causa, como abrigar a una mujer.

jueves, 15 de septiembre de 2011

Criaturas curiosas: Primer contacto.

"¡Pero cuanto voy a contarte a ti y a todos mis honorables invitados, no me sucedió, en suma, más porque el destino lo había dispuesto de antemano y porque toda cosa escrita debe acaecer, sin que sea posible rehuirla o evitarla!" ~ Sinbad el marino en Las mil y una noches.


En Villa Gobernador Gálvez hay paro de recolectores de basura. Eso dicen. Y también dicen que son ellos los que desparraman todo en medio de las calles para impedir el tránsito, porque no les pagan. Y así es que la gente ha llegado a juntar montañas de desechos en las esquinas para prenderlas fuego y evitar que sigan pudriéndose en sus veredas. Esa es la versión oficial. Quién diría que me enteré de otra.

Esta ciudad siempre tuvo algo de pantalla de videojuego de zombies: Desolación, chatura, polvo y viento. Pero estas piras ardientes le dan el toque final.

Fue una noche de miércoles (de calendario, no de mala onda). O sea, fue una noche tranquila y de poco trabajo. Eso hay que decirlo. Pero es así todos los miércoles. Los lunes cada tanto son feriados, y los martes son bastante miércoles, pero sin el agravante de que la noche anterior sea la de un martes.

Así que estaba yo con estas cosas en la cabeza, en la zona sur de Rosario, después de un viaje que uno ya sabe que va a ser el último por un rato largo. Intentaba dormir, estacionado en una calle con garita en la esquina y sereno buena onda (las inseguridades no existen, pero que las hay, las hay). Y estaba a punto de lograrlo, cuando escucho un ruidito en el techo del auto. "Seguramente una rama", pensé. Pero no. Siguió. Y parecían pasitos. O sea: como si algo con patas chiquitas se moviera en el techo.

Miré a los alrededores, no se veía ningún movimiento. Me parecía imposible que algún animal se hubiera subido al techo, excepto un pájaro, pero a esa hora los pájaros duermen...

La verdad es que al principio me asusté bastante: el sonido resultaba explicable, pero solo por teorías delirantes. Así que esperé. Y después de un rato abrí la puerta, para bajarme rápido y mirar. Pude escuchar cómo se movían con agitación y cuando terminé de salir del auto lo único que vi fue que las ramas del árbol se agitaban. Miré un rato.

Justo antes de hacerlo me detuvo un quejido y una vocecita aguda que decía: "Pará, flaco, no prendas eso. Me hace mal la luz eléctrica."

Perdonen, pero me caigo de sueño. En otro momento les cuento bien lo que pasó, por hoy no me da más el cuero y todavía tengo que hacer una planilla. Déjenme consultar con la almohada cuál será la mejor manera de hacerlo... es un tema delicado.

Continúa en: "Criaturas curiosas: Duendes y dragones."

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Remís cero.

Bienvenido, fiel potrillo.
Empezamos de cero. La transmutación ha sido realizada.

Vuelvo de recorrer la noche a bordo de un reluciente Chevrolet Prisma. Sinceramente, es una experiencia alucinante: Por un momento temí que me pararan los zorros y me pidieran el carnet habilitante para conducir naves espaciales... Definitivamente, con un auto así, la promesa de no renegar parece estar cumplida. Y por sólo una pequeña sensación de ser esclavo temporal de la General Motors... "Al César lo que es del César."

Sí, la mitad de mis ganancias irán a parar derecho al pago de este nuevo vehículo. Y es un precio que he decidido justo, y una decisión que parece acertadísima: Tiene garantía, y de todos modos es muy poco probable que se rompa y haya que pararlo por la fuerza. La suspensión es excelente (de hecho agradezco recordar los baches sufridos con el otro, para no destruirla sin notarlo)... Y además la gente pone cara de satisfacción al ver que le ha tocado semejante remís, y me hace muy feliz brindar un servicio de traslado con esta calidad... voy a comprar bombones para compartir.

Y eso no es todo: puedo escuchar música enchufando el mp3. ¿Entienden? ¡Puedo escuchar música! Así es como inauguré los parlantes con "Nasty people" de Los socios del desierto, que me acompañaron junto a Pez, Masacre, Divididos, Puente celeste, Mess (gran banda rosarina cuyo disco pueden bajar haciendo click aquí) y los humildes ensayos de mi propia banda, Haz (ya tendremos algo para mostrarle al mundo).

Uau, acostumbrarme a saltar 23 años de tecnología automotriz no fue, después de todo, tan difícil. La pura verdad es que los autos no han cambiado mucho. Mecánicamente son las mismas ideas, salvo que se notan mucho menos. Hacen menos ruido, se siente menos el contacto con la tierra. Uno se siente en una burbuja de metal, vidrio y goma que flota por el aire. Quizás eso explica la pérdida de emociones que parece sufrir el gremio de los choferes... Yo elijo preservar mi capacidad de sentir.

Y aquí me alerto a mí mismo: Es que hay que andar con precaución con dirección hidráulica, un motor y un diseño que da pocas señales de velocidad, y cierto confort que da la sensación de estar en un living mirando una película 3D que trata sobre una calle que avanza hacia uno.

Un detalle gracioso, la patente es KIN 103. Kin, en maya, quiere decir día; y a cada día le corresponde uno de sus signos astrológicos: Los mayas poseían el calendario solar-lunar-galáctico más complejo y eficiente que se haya conocido antes de los telescopios y las computadoras... Y algunas personas reconstruyeron antropológica e intuitivamente su visión astrológica. El 103 es Noche Cristal Azul. Y en ese blog dicen de él:

"Permítete soñar la abundancia, toma conciencia desde lo profundo de tu ser que todo aquello que sueñas y deseas se puede hacer realidad, si tus intenciones son las que te dictan tu corazón, si tus anhelos son elevados y positivos confía que se pueden concretar.

Puedes materializar tus pensamientos, sueña y piensa que ya son reales, los misterios de la vida te son entregados, profundiza en tu interior.

La noche te trae la abundancia, solo desea desde el corazón."

Que así sea.

Si quieren descubrir su propio kin, no tienen más que hacer click acá y poner su fecha de nacimiento. También hay un link en la columna de la izquierda, la sección "Otras páginas interesantes".

Salud a todos, y espero que les guste la lavadita de cara del blog.

lunes, 12 de septiembre de 2011

Intermezzo.

Nos hemos perdido momentáneamente en el limbo del cambio de auto. El blog espera renovarse (acecha múltiples iniciativas, y guarda su archivo de "anéctodas sin terminar"); y la billetera empieza a sentirse levemente anémica, así que pronto retomaremos esta suave afición de compartir anécdotas. En el último post se puede acceder al índice de lo ya publicado, sírvase que es tenedor libre. La "nube de etiquetas" (ese montón de títulos bajo la foto del panel) sirve para que usted seleccione los artículos con las temáticas que le plazcan. Ha sido un interesante hallazgo. Gracias por la paciencia, amig@ lector/a.

jueves, 8 de septiembre de 2011

Despedida.

Adiós, fiel corcel.
Así es, estas anécdotas ya no sucederán "a bordo del móvil media-media o, para quienes prefieren las presentaciones telefónicas, "un 504 negro" (aunque, se puede decir, originalmente era rojo); ahora, el destino de los autos lo ha llamado a seguir su curso, formulario 04 mediante, fue transferido a un señor feliz que lo seguirá utilizando para trasladar personas de un lado a otro, y llenarse así la panza.

Ahora será el 28. Quedarán en sus asientos los recuerdos de cientos de historias. Quedará en la leyenda la comodidad legendaria de los Peugeots, mis noches de sueño en sus asientos totalmente reclinables, el frío de las chapas, el ponerle el tren delantero a los baches y seguir, con el apoyo de una suspensión sublime... Aquel primer viaje desde la base hasta Temporelli y Buenos Aires, en que me olvidé de encender el taxímetro y me dijeron "tomá, no te preocupes, son más o menos diez pesos siempre".

Adiós querido auto, gracias por mostrarme las calles, gracias por dejarte pilotear, gracias por servirme de espejo con tus fallas, y por darme vacaciones inesperadas. Y por esa última coincidencia que me comentó mi hermano: ese auto tuvo la patente de taxi 202 de Rosario, el mismo número que tenía el de mi abuelo en Santa Fe. Sigue el homenaje...

Pero esto no se termina, así que no deje de leernos, algunos borradores esperan su momento. Para los ansiosos, adelantos: Un episodio borgiano, un análisis de la formación de la ciudades industriales, otro de las bondades de aceptar la política como empresa privada, costumbres compartidas de las brujas y los gatos, el prócer inmortal, extraterrestres, fenómenos naturales fascinantes, investigaciones sobre nombres de calles, la misteriosa Universidad Cordobesa de la Magia... y muchas más cosas que aún no se me ocurrieron o todavía no viví...

Les dejo un índice de las entradas escritas y pensadas a bordo del "cascarudo enojado":

1 · Primera vez. 2 · Confiando en la inseguridad. 3 · El remisero fantasma. 4 · Arltiana. 5 · Erre erre pe pe (pe pé pe pé). 6 · La decepcionante aparición del Lobizón. 7 · El idioma "gordo". 8 · Retiro espiritual. 9 · Campaña contra el analfabetismo direccional. 10 · De vuelta a las calles. 11 · Payasos en el retrovisor. 12 · Instrucciones para ver el amanecer. 13 · Q.R.T. 14 · Gigante en la avenida. 15 · El guardaespaldas. 16 · Como los árboles. 17 · Hipotermia. 18 · Elogio de los baches. 19 · Homenaje. 20 · Despedida.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Homenaje.


Con mis abuelos paternos, mi hermano y mis hermanas.
"Nada se pierde, nada se crea, todo se transforma." ~ Principio de conservación de la energía.

Al Abuelo Miguel (cumpliendo trece años de su último viaje conocido).

Un día como hoy se pararon los relojes de la casa de mi abuelo. Como hoy de números, no de sensaciones, no de realidades. Pero es lindo para recordarlo. Él fue, después de todo, el primer taxista de la familia, allá por Santa Fé. Suyo fue el primer quinientos cuatro, blanco, en que me subí en la vida: Asientos plastificados, el número 202 en el "sombrerito" de su taxi santafesino; y uno de los mejores choferes del mundo: Una vez me contaron su costumbre de parar, bajarse del auto, y asegurarse de que entendieran sus explicaciones cada vez que alguien le pedía una indicación de calles.

Te recuerdo, abuelo. Tus pies en la palangana con agua caliente y sal cada vez que volvías. Cómo te enojaste esa vez que nos retaron por usar los juguetes de una forma un poco exagerada, alguna navidad. Cómo extrañaba ir a Santa Fe para visitarte, a vos y a la abuela. Y ese sueño donde apareciste hace unos años para mostrarme algunas cosas que necesitaba ver.

Y cómo me dolió la sensación de no haberte conocido mucho. Si hasta me inventé el recuerdo de verte fumando tabaco en pipa, y me puse a fumar pipa yo sintiendo que seguía tu ejemplo. Ahora que hago lo mismo que hiciste, sé que nos conocimos lo que teníamos que conocernos y siento que te conozco un poquito más. Estás en mi corazón.

Gracias.

martes, 6 de septiembre de 2011

Elogio de los baches.

Todos los días paso varias veces sobre éste, en la esquina de casa. Parece la foto satelital de un lago precordillerano.
"Una mirada desde la alcantarilla también puede ser una visión del mundo" ~ Alejandra Pizarnik.

Si por algo se caracterizan las calles de Villa Gobernador Gálvez y Rosario (e imagino que las de muchas ciudades más) es por su enorme y surtida colección de baches. Realmente es una maravilla. Los hay de todos los tamaños y formas, solos y combinados con otras deformaciones del asfalto, el adoquinado, los mejorados y la tierra.

Entre hinchazones, placas de cemento torcidas y ciertas protuberancias que me gusta llamar "lomos de burro naturales", la variedad paisajística callejera, desde la perspectiva de una cucaracha, presenta el mismo contraste de relieves que para nosotros cualquier pedazo de cordillera.

Estoy muy de acuerdo con los pozos, y es por eso que me pondré a enumerar sus ventajas:

1 · Significan una medida de seguridad excelente contra el exceso de velocidad. Además, la huella psicológica que dejan hace de cualquier conductor un ser más cauto.

2 · Uno se acostumbra rápidamente a su existencia.

3 · No requieren gastos presupuestarios para ser construídos.

4 · Son un detalle vistoso del folclore callejero.

5 · Esa agradable sensación que producen las calles muy poceadas como de andar en canoa, contemplando a través del parabrisas un paisaje lunar.

Y de yapa, son los peores enemigos de los lomos de burro: Seres despreciables que significan un gasto para las municipalidades, cuya construcción conlleva un esfuerzo y que muchas veces no están señalizadas sin tener la sana inocencia del pozo.

Queda demostrado de sobra que los baches son una gran idea de dios, que ni siquiera permiten que los hombres se apropien de ella en sus anuncios políticos. Aunque uno puede llegar a sospechar que quizás existe un grupo secreto encargado de garantizar su existencia por buena voluntad.

Protejamos a estos hijos de la erosión, enemigos del progreso fanático y vano, maestros de la sorpresa y la paciencia.

lunes, 5 de septiembre de 2011

Hipotermia.

Living Room. (Gracias María Sol)
"hElArte es cagarte de frío". ~ Charly García.

Hacía varias noches que no salía. Alguna vez me encontré muy cansado (prefiero manejar despierto). Otra me quedé sin embrague y hubo que esperar que el arreglista lo regulase, y entonces hubo que ir a comer con los demás remiseros a la casa de "el flaco". Otra noche  hubo otras cosas que hacer. Otra decidí salir a divertirme. Pero creo que todas esas eran excusas para escaparme de una sola cosa: El frío de estas noches.

Hoy un señor de cierta edad me decía que cuando era joven prefería el verano, pero ahora ya no, porque en verano te cortan la luz y no sabés qué hacer con el calor, tenés que andar comiendo livianito, y alguna que otra cosa más. En vez de eso, en invierno te tapás con mil frazadas, te abrigás con mucha ropa, y listo; y además podés comer cualquier barbaridad. Quizá no sea el caso del muchacho de la foto...

Cuando estás en un auto también se complica. Más si no hay trabajo y querés dormir. En marcha te bancás el ruido horrible del viejo motorcito de la calefacción. Pero cuando lo parás, como decía otro remisero, "las chapas se enfrían". Y uno envuelto en chapas frías siente cómo la carne pareciera endurecerse. Cómo la sangre circula despacito. En una estación de servicios o frente a la casa de algún amigo (un lugar cómodo por la costumbre, y sin la terrible luz fluorescente de las estaciones). El asiento reclinado al máximo. Todo el abrigo puesto y el cuerpo hecho un bollito. Así se puede llegar a dormir un poco.

Siempre atento al handy que puede gritar "media-media" en cualquier momento, y hacerte saltar al trabajo.

Es genial cómo el cerebro se acostumbra a una radio que habla seguido, cómo entiende que se puede dormir con eso sonando, y cómo te despierta cuando escucha tu número de móvil. Es como cuando te llaman entre el ruido de la calle y vos escuchás algo parecido a tu nombre, te das vuelta y te parece un milagro que efectivamente te estaban llamando.

Pero por ahí te quedás sin batería en la radio. Seguís durmiendo. Y te despertás al borde del congelamiento...

Moraleja: Elegí atentamente en qué condiciones vas a dormirte.

miércoles, 31 de agosto de 2011

Como los árboles.

Gracias a doña María Jimena por la foto.
"Si no sos vos, ¿quién? Si no es ahora, ¿cuándo?" ~ Miguel Abuelo, proverbio de la cultura sufí.

A Buan, por su cumpleaños de ayer.


Silenciosos testigos de mi paso por la noche, se lucen al costado del camino, como estatuas vivientes de Fito Páez. Destruyen y embellecen las veredas, librando a la ciudad de su gris geometría de baldosa.

Todo crece como ellos. Desde una simple semilla, un simple deseo, una intención... Una vez en la tierra, echa raíces, se multiplica y sube, y baja simultáneamente. Eleva lo más alto y hunde lo más bajo, con una lentitud que el hombre sólo puede apreciar a través de su memoria y la acumulación de los años.

Su tamaño ejemplifica y referencia la escala de la velocidad de las cosas.

Cuántas cosas como ellos... las familias (árboles genealógicos), las ciudades (plantas industriales urbanizadas), los blogs (árboles lógicos de programación), así miles...

Hace casi un mes que escribo esto, casi un mes que manejo el remís, y la vida sigue cambiando. La vida es cambio... Por eso cuando el cambio se detiene es un buen signo para prestar atención, para ver qué está pasando, descubrir qué de nosotros se ha detenido, qué ha muerto...

Es como la respiración... inhalar y exhalar... en exceso se explota o se desaparece hacia adentro. No hay uno sin el otro.

Siempre me resultó curioso esa leve torsión con que crecen los árboles... se nota en sus estrías: es como si se enroscaran al cielo... giran en danza circular, a velocidad caracol menos diez...alguna vez imaginé que lo hacían impulsados por sus hojas, siguiendo al sol.

Así crecen nuestros proyectos, nuestros amores, nuestras vidas... se enroscan en la tierra y en el cielo, se afinan en las puntas, según dicen, hasta la muerte.

Entonces uno descubre una sección de estadísticas, descubre que lo leyeron algunos en España y Alemania, otros en Norteamérica y muchos latinoamericanos. Las puntas de las ramas que se tocan y se mezclan en este bosquecito de internet.

Gracias por permitirme compartir esto con ustedes.

Que fertilice sus sueños.

lunes, 29 de agosto de 2011

El guardaespaldas.

A Tarantino.

Algunas personas que vuelven de Rosario suelen tomarse un colectivo que los deja en la remisería porque a la madrugada no pasan los que van hasta el cementerio. Tuve que llevar a dos mujeres que habían hecho exactamente eso.

En seguida empezaron a contarme que el colectivo esquiva esa zona por cuestiones de seguridad, que ellas eran nuevas en el barrio y no se imaginaban que fuera para tanto, y que habían sido testigos de un asalto más temprano, antes de irse. Que por poco no les robaban a ella. Que era un mocosito que andaba sacándole las carteras a mujeres que esperan el colectivo.

Entonces, la que más hablaba, me relató su fantástica idea para solucionar este problema: Todas las mujeres del barrio se pondrían de acuerdo, se juntarían con un objeto contundente cada una, y lo cagarían bien a palos entre todas. Simple, práctica y perfectamente realizable, nunca había escuchado una forma más divertida de hacerse cargo del problema de la inseguridad. Porque una cosa es quejarse, y otra resolver algo que molesta desde una realidad cotidiana. Quizás no quede solo en una idea... sería un acto físico-psico-mágico.

Estas cosas me hacen sacar conclusiones sobre las habilidades resolutivas de las mujeres... encuentran soluciones aplicables a los problemas todo el tiempo. No como ese sádico guardia de seguridad que decía que "hay que juntarlos a todos, paredón, azúcar blanca y hormigas coloradas". El paredón pareciera haber quedado como resabio de alguna que otra costumbre militar. No podemos negar que hay algo de una gran genialidad dramática en el agregado del azúcar y las hormigas; pero según él a los que quedaran habría que liquidarlos con la recortada en el pecho. No le pregunté si había visto Pulp Fiction, pero cada maestrete con su librete...

La cuestión es que cuando llegamos a calle Crespo, donde ellas bajarían, les pregunté a estas mujeres si era seguro dejarlas ahí o preferían que entrara las tres cuadras que faltaban, ya que había un tipo parado que para mí podía ser tranquilamente el carterista merodeador al que tanto temían. Empezaron a reírse y una dijo: "es mi marido, que me viene a esperar armado".

Bajaron, y cuando estaba pegando la vuelta el sonriente esposo, enterado del chiste, abrió la parte de arriba de la campera y medio de coté me mostró el fierro que lo dejaba tranquilo, para después saludarme amablemente con la otra mano.

De película.

sábado, 27 de agosto de 2011

Gigante en la avenida.

A Juana Isabel Aymará Coria Miguez y a sus padres, la Romi y el Andrés (mejor conocido como "charango").


Yo no sé qué tiene de especial la avenida Soldado Aguirre, de acá, de Gálvez, pero ahí pasan cosas raras.

Como no había mucho trabajo, venía recorriéndola despacio, a unos 30 km/h. Entonces vi algo que me sorprendió: Un hombre de unos dos metros y medio caminando al lado de una mujer bajita.

Es extraño ver gigantes en estos tiempos, paseando lento por la calle; pero a las dos de la mañana esas cosas pasan. Yo por suerte me le iba arrimando de atrás, pero me daba un poco de cosa. Es como cuando un cholulo conoce a algún famoso: siente ganas de saludarlo y preguntarle algo, pero no se sabe bien qué.

Seguí avanzando, y cuando estuve más cerca descubrí que no se trataba de un gigante, sino de un hombre de cierta altura cargando a su hijo sobre los hombros... Esto me podría haber decepcionado, pero en vez de eso me di cuenta que ese hombre y su hijo eran claramente un gigante, que todos nosotros lo somos.

La humanidad, desde sus comienzos, acostumbra morir. Parte de todos los hombres y mujeres se convierte en tierra, tierra sobre la que sus hijos e hijas, todos sus descendientes, siguen caminando. Como si camináramos sobre sus hombros, sobre sus pechos; caminamos sobre lo que nos fueron dejando. Sobre un mundo imponente, sobre ruinas, sobre paraísos intactos.

Recorremos el cuerpo de nuestros ancestros y nos agrandamos a través de nuestros hijos, que caminarán sobre nosotros descubriendo de nuevo la vida. Somos simples hombres, simples mujeres; pero tenemos la semilla mágica de la inmortalidad en el compartir, en el dar a otros lo que nos fue dado.

Gracias.

miércoles, 24 de agosto de 2011

Q.R.T.

Anteanoche fue la primera vez que tuve que darme de baja porque se me rompió el auto.

Eso se dice "cuerreté".

La verdad, es algo un poco triste, porque uno viene trabajando, esperando hacerlo hasta el amanecer (a mí me gusta ver salir el sol) y de repente, por ejemplo, te empiezan a chillar los rulemanes de la rueda delantera izquierda. Justo cuando estás yendo hacia un sanatorio con una parejita de ancianos que parecen estar desmoronándose (un viejo que sacaba fuerza del culo para toser y su mujer, preocupada por absolutamente todo). Pero bueno, los llevás igual, con sumo cuidado, después de llamarlo a tu hermano (que sabe de esas cosas) para preguntarle qué onda. Terminás eso y esperás un rato en una estación de servicio después de darte cuenta que algo raro pasa con la rueda delantera izquierda. Te volvés a tu casa y te vas a dormir temprano. Al otro día lo llevás al taller "El milagro" (es buenísimo ese nombre) y aprovechan para hacerle el tren delantero que se venía postergando hace rato. Cuando llega la noche, como te acostaste temprano y te levantaste correspondientemente, ya estás cansado, y aunque el auto anda, no estás como para salir a trabajar. Te cuentan que te podrías haber matado porque el rulemán perdió todas las bolitas y entonces la rueda estaba encastrada nomás, como en esos autitos de madera para que jueguen los chicos y armen y desarmen...

Al que salís a la mañana y conocés esa otra cara de la ciudad: La de los autos todos apiñados por el centro, la gente con su mascarita diurna (a la noche parece como si el inconsciente se transparentase un poco más), el sol pegando de frente o de costado. Es otra cosa. Es muy lindo andar de día también, pero por ahora a mí dejame con la tranquilidad desértica y los personajes de la noche.

Uf, me voy a Santa Fe a ver si conozco a la hija de 13 días de edad de unos amigos. Juana Isabel Aymará Coria Miguez, si no me equivoco. Qué fuerte. ¡Salud!

lunes, 22 de agosto de 2011

Instrucciones para ver el amanecer.

Ya estaba terminando mi largo turno de sábado cuando se me ocurrió la maravillosa idea de ir a ver el amanecer sobre el arroyo saladillo. Así que comencé a jugarle una carrera al sol hasta el horizonte (no necesité apurarme, llevaba una clara ventaja).

Cuando llegué a calle Centenario, el paisaje se veía hermoso: Todo el pasto cubierto de una fina capa de escarcha que lo emblanquecía y le daba la pinta de una maqueta perfecta, de ilustración de cuento infantil o decoración de torta de cumpleaños. Sobre algunas partes del arroyo se levantaba una espesa niebla. El cielo ya estaba claro y la misteriosa estela de un avión dejaba su marca naranja sobre él.

El canto de los pájaros se escuchaba hermosamente.

De repente, un patrullero aparece en el retrovisor. Les hago espacio, pero se detienen a mi lado. "¿Qué andás haciendo por acá, flaco?", pregunta un pelado parecido al bahiano. "Estoy mirando", contesto. Entonces la morocha petisita me pregunta: "¿De dónde sos?". Me llenan de preguntas buscando especificidades de todo tipo, como por ejemplo de qué trabajaba y si estaba bien. Parecían muy preocupados por escuchar que yo estaba bien...

Por supuesto que lo estaba, hasta que llegaron ellos, mirando mi amanecer. Sí, reconozco que tal vez estaba en una zona donde la gente suele ir más seguido a tirar cadáveres o a suicidarse (y es probable que supusieran que yo andaba en una de esas), pero estaba contento.

Al final terminé yéndome y fotografiando el sol recién salido desde casa... Aunque fue divertido interactuar con policías. Su ansia de encontrar algo sospechoso y su entrenamiento para considerar a cualquiera un enemigo, parecen convertirlos en una suerte de amables analfabetos emocionales paranoicos... Qué camino extraño han elegido...

En fin, me dieron ganas de armar grupos de personas para ir a ver el amanecer todos juntos de vez en cuando a lugares así de lindos, a ver si de esa forma puedo irme sin que me queden resonando advertencias como la despedida del oficial: "No hagas boludeces, flaco".

domingo, 21 de agosto de 2011

Payasos en el retrovisor.

En este trabajo uno tiene la suerte de conocer a mucha gente, y mucha gente hace muchas cosas. Es interesante encontrarse con personas que tienen proyectos muy lindos, y no pierden oportunidad de relatarlos. Me parece que es bueno saber que más allá de las apariencias de altruismo o egoísmo, a este mundo lo hacemos entre todos. Y cuando hacemos, estamos haciendo de este mundo un lugar mucho más agradable. Hacer es la fuente de todo. Hacer lo que amamos es lo mejor que podemos. Y amar lo que hacemos es lo mínimo que nos debemos.

Por eso fue tan lindo ir a buscar a mi hermana y su amiga Zio vestidas de payasos de ir a repartir juguetes a qué se yo qué chicos por el día del niño (más allá de que eran muy graciosas).

Y es lindo llevar a gente a dar un concierto, con instrumentos y todo, o llevar a un iluminador a enchufar sus lucecitas mágicas, o a una mujer con un proyecto cooperativo de readaptación laboral.

Me hizo pensar en esto una mujer que dirige una comparsa en zona sur (Generación Futura, por Entre Ríos y Khantuta más o menos) que dice que hace 16 años que vienen con esto (me dijo que invite a quien quiera a participar, así que están invitados). Lo lindo fue que me contó cómo en su barrio todavía la gente sale a la vereda a compartir la vida, que la calle no está desierta como si la noche fuera una bomba nuclear y las casas refugios anti-radiación. Ahí me di cuenta lo lindo que es conocerse con el vecino, compartir algunas cosas (Yo mismo, que no tenía esa costumbre y ahora salgo seguido de casa y estoy un rato en la vereda entre que acomodo todo y atornillo el taxímetro, me di cuenta de lo lindo que es saludarse con los vecinos). Estos detallecitos cotidianos realmente pueden embellecer nuestras vidas.

En fin, como alguna vez escuché recomendar al gordo Casero: "Hagan, hagan, hagan, hagan, hagan".

sábado, 20 de agosto de 2011

De vuelta a las calles.

El auto quedó hermosísimo. De un andar especial, con un embrague silencioso. Le duró unas 50 cuadras, después algo se fue aflojando y la horquilla del embrague volvió a vibrar. Después resulta que el medidor de gas se desconectó, o algo por el estilo; así que me quedé sin, de sorpresa. Por suerte acababa de dejar a mis últimas pasajeras. Lo puse en nafta y di marcha, sólo para descubrir que el burro hacía un ruido horripilante: como si intentaras decapitar a robocop con un ventilador.

Evitaré caer en la generalización (por respeto a los mecánicos), pero pareciera que algunos talleres son como las instituciones religiosas: un fraude. Uno escucha decir a la gente que arreglan una cosa y rompen tres, y parece que algo de eso hay... pero bueno, a ponerle onda y seguir... Que por suerte, mi hermano (Iván, el mecánico y dueño del auto) lo puso a punto en la puerta de la remisería, cagándose de frío dos horitas en las que me tocó operar la radio... Lo dejaremos para otro momento.

La verdad es que no tengo ganas de quejarme demasiado, conocí gente muy interesante y recordé la emoción de recorrer las calles. Tuve el gusto de que mis primeros pasajeros sean amigos míos: el Li, el Facu y su hermano mayor "el flaco" Fagioli. Por un momento me dieron ganas de tener alfombritas rojas en el auto para ocasiones como éstas.

Y terminé tan cansado que vine derechito a casa, y es la primera vez que no siento el divertidísimo efecto post-manejar que nunca les conté (parece que funciona cuando uno no está del todo cansado): Las primeras veces, cuando me iba a dormir, podía ver una especie de calle virtual que se desplazaba por mis párpados. Como si siguiera arriba del auto, o atacando la estrella de la muerte. Y aún más impresionante es que cada tanto pasaba por lugares que había visitado esa noche, como si mi cerebro hiciera un relevamiento de las calles que conocí.

Quizás ese es el secreto del superpoder de los choferes, que con el tiempo logran saber llegar a cualquier lado e incluso explicarle a otros cómo hacerlo.

Voy a buscar el auto al lavadero, y después a buscar mi próxima historia.

miércoles, 17 de agosto de 2011

Campaña contra el analfabetismo direccional.

A mi primo Gonzalo, escritor y profe de lengua.
Nótese que si usted gira el monitor, estas verdades se mantienen.
Un estudio de campo tras la primer semana de trabajo arroja cifras que podrían resultar impactantes: Entre un 20 y un 30 por ciento de las personas que utilizan remises desconocen el significado de la derecha y la izquierda.

En su lugar, utilizan expresiones deícticas (que precisan una señal gestual para ser comprendidas) como "allá" o "aquel lado". Esto resulta algo difícil de entender para quien maneja, ya que su atención visual está concentrada en el camino y el funcionamiento del vehículo, y no en los gestos de una persona que va en el asiento trasero, por muy desesperados que sean.

Para evitar la incomodidad de tener que ofrecer excusas como: "Bueno, yo qué sé cuál es la derecha y cual la izquierda... Si el otro día mi hermano me preguntó para qué lado iba el reloj y yo sé que algunos dicen que para la derecha, y otro para la izquierda, ¿Para qué lado va la aguja del reloj?" daremos una pequeña explicación de las direcciones:

Antes que nada, debemos comprender un hecho fundamental que nos salvará de discutir con quien tengamos enfrente: Las direcciones "derecha" e "izquierda" funcionan exactamente como "adelante" o "atrás", partiendo de nuestro punto de vista. Por eso, no importa si usted mira al este o al norte, al sur o al oeste, la siguiente oración le dará un ejemplo infalible de direccionalidad:

Esta palabra está a la izquierda de esta y a la derecha está esta.

("Ley de la dirección" o "Ley de sentido de lectura", formulación frecuentemente calificada de confusa por repetición de la palabra "esta" y su homónima homógrafa "está").

En cuanto a los giros, es importante contemplar un reloj, ya que la forma más precisa de referirse a ellos es a través de las expresiones "sentido horario" o "antihorario". El sentido horario es, en general,  hacia el que se gira una canilla de agua para cerrarla. El antihorario, para abrirla. Quizás un nuevo gráfico lo deje más claro:

martes, 16 de agosto de 2011

Retiro espiritual.

A mi padrino y a mi hermano, los mecánicos de la familia.

Con las cosas interesantes que pasan cuando uno anda por la calle, es fácil extrañar el trabajo. Pero si algo aprendí en la vida es que no es bueno trabajar demasiado. Moderarse con la actividad laboral es tan necesario como con cualquier otra cosa. Y manejar cansado es un riesgo que se evita descansando.

Por suerte, sobre todo con un modelo '98, el auto nos da la posibilidad de descansar con cierta frecuencia. A cierta edad, estas temperamentales máquinas rodantes empiezan a inclinarse hacia un contacto más profundo con su ser esencial. Y lo demuestran rompiéndose.

Uno, no sé si por creyente o por complicidad con el coche, le perdona que pida el franco con una falla (después de todo la única forma de protesta de la materia organizada es romperse) y ahí nomás lo manda a un taller mecánico, que, como su nombre sugiere, es la Meca de la religión de los automóviles. Porque si usted todavía no se enteró, debería saberlo: Los mecánicos son los sacerdotes del mundo automovilístico. El puente entre todo carro y su Dios, o, lo que para el caso es lo mismo: la fábrica.

¡Qué bien se debe estar sintiendo en este momento el Peugeot! Con toda esa gente a su servicio, haciéndole masajes, acomodándole los desajustes, tocándole las partes flojas... Ya me lo imagino, sintiendo las cosquillas de los muchachos desde la fosa, recibiendo de capot abierto el milagro terrenal de uno y otro repuesto, bajo la atenta mirada de una sacerdotisa pelirroja de tetas impresionantes.

Y qué lindo va a ser volverlo a ver: con un embrague más fiel, una nueva bomba de frenos y una sonrisa faro a faro.

lunes, 15 de agosto de 2011

El idioma "gordi".

A mi amiga Rocío, escritora, filóloga y creyente en la magia.


Cuando me decían que los rosarinos eran como los porteños, al principio no lo quería creer. Pero parece que es así nomás: Un porcentaje importante de la población estaría empleando un dialecto distintivo de origen rioplatense (rivera sur) para comunicarse.

La verdad es que no tiene mucho misterio. Funciona parecido al rosarigasino, solo que en vez de "gasear" las palabras para confundir al extranjero, se anexa el apelativo de "gordo" o "gorda" (dependiendo del sexo o la orientación sexual del interlocutor) al final de cada frase pudiendo también utilizarse la versión unisex "gordi". La palabra vendría a evidenciar el punto final. Una función que sólo le conocía a la expresión "cambio", utilizada en el idioma radial para asegurarse la transmisión de la totalidad de un mensaje y advertir al otro que puede utilizar el canal.

Como antropólogo amateur arriesgo una teoría sobre la utilidad de este uso: Todas las personas que utilizan el idioma "gordi" son extraterrestres de poca memoria que necesitan comunicarse todo el tiempo con ese código específico para recordarse a sí mismos que pertenecen a la misma especie. Estarían poblando lentamente la tierra desde Buenos Aires.

Pero algunos la considerarán delirante, así que propongo esta otra: Se trata solo una palabra que estas personas deben repetir constantemente para no perder su forma humana lograda por medios mágicos. Esta teoría es más abarcativa: Explica el uso de muchas muletillas como "boludo", "loco", "chabón", "eh..." o combinaciones como "tipo nada", por dar algunos ejemplos. Quizá la palabra clave depende de la especie original que uno desea ocultar. "Gordi" podría ser la clave específica para sapos convertidos en humanos. 

domingo, 14 de agosto de 2011

La decepcionante aparición del Lobizón.

Eze: Che... anoche hubo luna llena también... Así que, adiviná a quién llevé...

Lu:
¡¡Al hombre lobo!!

Eze:
¡Auhhhhh!

Lu:
Jajaja... Genial.

Eze:
Tal vez tendría que haber esperado un poco para contarlo, pero me muero de ansias.

Lu:
¡¡Pero no!! No oculte información... ¡¡Sobre todo a los que pendemos del hilo de la intriga!!
Igual, igual, igual... no hay nuevas entradas en la bitácora...

Eze:
Eh, pará, recién llego. Estamos en eso.


Lu:
Peeeero, ¡cosa seria...! ¿Qué te pensás? ¿¿Qué es eso de andar desparramando la fragancia de tus palabras, si cuando uno se dispone a degustarlas, se encuentra con las sobras de ayer?? No, no, no... ¡El hombre lobo ahora, carajo!


Eze:
Jajaja. Si querés te adelanto la decepción que me llevé... pero no te lo recomiendo.


Lu:
¡¡Pero por favor!! ¡¡No insulte mis ansias!! A mi me da la crónica terminada, o nada...


Eze:
Entonces le comento que usted está en este momento haciendo la coautoría. ¿Para qué escribir dos veces si puedo escribir una? Primicia absoluta: el hombre lobo es panadero. Viaja todas las mañanas, aunque no siempre se transforma.


Lu:
Chan chan... ¡Auuuh!


Eze:
Antes de anoche, cuando lo llevé, le empezaron a crecer pelos, así de golpe, y le salía una baba espesa. Un asquete. Por suerte tenía un mantelito de plástico que se puso, sino me hubiera ensuciado todo el auto. El asunto es que se compra unas pastillas para controlar la licantropía, pero se las compra en negro porque no tiene obra social, y este mes no pudo conseguir a principio de mes, como acostumbran. El que le compra los remedios entendió que los necesitaba para el 15, la gente se confunde con la luna.

Anoche fue más terrible la transformación... y acá es lo que te digo que me decepcionó un poco, porque íbamos por Ayacucho, cruzando Arijón, y el tipo me dice: "Pará, pará; pará acá que tengo que bajar urgente". Y ahí nomás se bajó y se puso a correr y ladrarle a los autos. Me tuvo así quince minutos, hasta que recuperó la forma humana.

Después seguimos viaje, me contó que cree que el Padre Ignacio es doble mano en cuanto a orientación sexual, y me pagó la espera con facturas. Como para no perdonarlo...

sábado, 13 de agosto de 2011

Erre erre pe pe (pe pé pe pé).

Sí, cuando uno pasa toda la noche llevando y trayendo gente nunca antes vista, se complica ver a los amigos. Anoche hice un experimento con resultados interesantes: A cierta hora calma decidí aparecer por lo del Li (ex-simio guitarrista), y dio la casualidad que justo estaba el Juani (simio amigo). Después de largos abrazos y mucha emoción (sobre todo del Juani) logramos tener una conversación postergada sobre proyectos musicales, y hasta ligué un par de porciones de pizza que aun ahora agradezco. Cuando salió un viaje por la zona de su casa, salí a buscar a mi pasajera.

Casualmente, esta mujer iba muy cerca de la casa de otro amigo, el Coyen (coyen), así que decidí repetir la estrategia de visita. Tras golpear la puerta apareció el Fede (gourmete psicodélico) preguntando "quién es". Resulta que estaban con la sole (bruja semiprofesional), Belén (la rubia candombera) y un par de personas más (la morocha alta, distante y proactiva; y el señor misteriosamente gracioso de mirada atenta) que integran una banda de ruidosos (percusionistas) que se hacen llamar "Pólovora en chimangos" (o algo por el estilo). Allí recibí una nueva dosis de pizza y la porción de tarta más sabrosa del mes, para luego deleitarnos con una improvisación sonora que, al cortar en seco como suelen acabar esas cosas, terminó con inesperado final proveniente del Handy (jandi).

Descubrí que a pesar de mi nueva capacidad de oírlo sólo cuando me dan instrucciones o me llaman, el resto de los mortales tiende a conmoverse bastante por el curioso receptor radial. Lo sorprendente es que, además de la curiosidad y efímeras sospechas de ventriloquía, les despertó una risa de la madre y para qué te cuento. Sobre todo al Juani.

En definitiva, estos walkie talkies con 15 cuadras de rango son la sensación de las reuniones.

Hoy iba a contarles del hombre lobo de Villa Gobernador Gálvez, pero primero los amigos (Gracias). Después de todo, dijo que llama a la remisería todas las lunas llenas, así que quizás en 28 días vuelva a saber de él (Y a decir verdad espero que podamos vivir algo interesante, porque si les contara lo que vi hoy, creo que simplemente se morirían de asco).

¡Buen día!

viernes, 12 de agosto de 2011

Arltiana.

A mi primo Gonzalo, escritor y profe de lengua.

"Se pasa".

Creo que es el insulto más amable que escuché en mi vida.

En la remisería hay boludos, hay pelotudos, hay forros, caras de verga y hasta hijos de remil puta. Pero los que más abundan son los que "se pasan".

A mí me suele pasar, literalmente, al no conocer bien todavía las calles, que sigo de largo en vez de doblar, o que buscando el 3700 termino en el 4000. Sobre todo en esas misteriosas calles con numeración repetida (Como si las placas tectónicas tuvieran un corte por Rosario que generó cuadras de la nada desorientando a los topógrafos -prometo investigar más al respecto-), o esas puertas que son el 83 pero están entre el 31 y el 45.

Pero acá pasarse es distinto. El que se pasa sorprende, y a la vez, produce una especie de ternura. Como si fuera el señalador más apropiado para esos errores que el ser humano tiene justificados, esas cosas que no se hacen a propósito sino por distracción, y que a cualquiera le pueden pasar.

Es casi como si fuera la manifestación de un instinto paternal. Da la impresión de que los hombres, cuando deciden agruparse en confederación de padres de uno (el que "se pasa") le aplican el adjetivo para permitirse unas risas casi de orgullo.

Y uno lo recibe así, como una especie de felicitación, como la redención de todo error cometido. Como si el logro de esa estupidez tan chiquita significara una obra de arte en medio de un mundo donde todo intenta estar orientado en base a la eficacia.

Y esto hay que reconocerlo: Ante cierto grado de presencia del cálculo y el control, a veces está bueno "pasarse". Una boludez bien puesta y bien tomada puede alegrar más de una vida.

¡Que se pasen!

lunes, 8 de agosto de 2011

El remisero fantasma.

Dejar las llaves adentro del auto y trabar la puerta es algo que se supone uno no debería hacer. Menos si está en Pueblo Esther, a 10 kilómetros del duplicado más cercano, después de viajar a solas con una perra llamada Zeta (un can hembra, no una mujer exuberante y estrambótica) en el asiento trasero. Tras varias ideas fallidas para reabrirla, algunos movimientos de un alambre por la hendija entre la puerta y el marco salvan la noche. A la vuelta el operador decreta: "Eso es por viajar con el vidrio levantado del todo". Y claro. En esto del remís, como en cualquier otra cosa, conviene ser abierto.

Y así, entre mate y mate, me enteré la historia del correntino, un chofer que habría terminado sus días dentro del auto, por miedo a quedarse afuera. Una versión cuenta que en realidad fue su mujer la que lo echó de la casa porque él la llamó para pedirle que le mande el otro juego. A las tres de la mañana. El día del casamiento de su hermano. Casamiento al que el correntino había faltado porque tenía que laburar.

Es que la mujer del correntino era tan buena. Lo quería tanto, tanto, que siempre le creía todo, todo. Y el correntino también la quería, y nunca le hubiera mentido. Por eso se puso tan contento de verla llegar con su colega a alcanzarle las llaves y cebarle unos mates, toda arreglada como para la boda de un hermano. Por eso la abrazó y la besó a pesar de su cara de sorpresa. Por eso se enojó con la otra cuando le empezó a pedir explicaciones de quién era "esa", la muy desubicada. Por eso se puso triste cuando ella le empezó a pedir explicaciones por la "otra". Y por eso no le quiso creer cuando ella le dijo que era la última vez.

Después de una discusión se subió al auto y siguió trabajando. Era su forma de no pensar. Cuando volvió se encontró la cerradura de la casa cambiada. Cada tanto la llamaba, pero ella no lo dejaba volver. Dicen que al principio se bajaba al baño, se lavaba en estaciones de servicio y compraba la comida en rotiserías. Después ya les encargaba viandas a los playeros, cuando paraba a cargar gas. Los convenció de que no lo hagan bajarse, y como lo conocían, lo dejaban. Creían que era por un tiempo, que ya se le iba a pasar.

Dormía sobre el asiento reclinado y seguía trabajando. Después de un tiempo la gente ya no quería subirse, porque no soportaba el olor. Y él mismo a veces se negaba a abrir la puerta. Tomaba los viajes y, cuando llegaba, se quedaba mirando a la gente con cara de perro mojado. Había pegado contra el vidrio varios carteles que decían "perdoname". Cuando dejaron de darle viajes, iba a los destinos de otros y se quedaba mirando. Saludaba con dos señas de luces cortas y una larga.

Dicen que algunos contaron que cada tanto les parece ver esa señal en el retrovisor, y cuando miran para atrás, nada.

domingo, 7 de agosto de 2011

Confiando en la inseguridad.

Conocí barrio "Las flores", es adorable la nomenclatura de sus calles, da lugar a cosas como que un señor con una torta gigantesca cubierta por completo de chocolate, una mujer y su hija; se suban al coche y ordenen: "flor de nacar y estrella federal". Descubro la entrada: uno de esos caminos que pasan por debajo de la circunvalación, con algo de túnel atrofiado... De repente estoy en un pueblo del norte, un mercado de frontera con poca mercancía. Un barrio cerrado, pero lleno de gente. También de basura, colecciones de baches de todos los tamaños y un tren fantasma de esos que promocionan los noticieros. Los pasajeros me pedían disculpas por hacerme llevarlos hasta ahí. Un barrio tan temido como amado, donde uno de los operadores de la radio jugaba en su juventud un torneo de fútbol cada domingo. El premio esperaba paciente atado a un tronco: Un chancho. "Robado, por supuesto, quién iba a tener un chancho ahí. Pero es otra vida..."; recuerda con una sonrisa mi pasajero, camino a su trabajo. Los recuerdos hinchan el aire de la ciudad y alejan las miradas.

La noche, el baño dorado del alumbrado público, hace a todas las calles demasiado parecidas entre sí. Entiendo mal la indicación radial y tengo un encuentro cercano con los muchachos del pasaje 512, cuya forzada intención de ayudar ante mi evidente actitud de estar más perdido que una plantación de lechugas en la cima del Aconcagua, despertó en mí cierta alarma. Decidí confiar en ella y huir con pavor y sin disimulo de los jóvenes entusiastas. Ya me empiezo a sentir un remisero de verdad.

sábado, 6 de agosto de 2011

Primera vez.


Así empezó todo.

A mis padres.

El terror de lo desconocido, el peso de una nueva responsabilidad. Haciendo tres años de no manejar, recupero el contacto con el auto. La sensación intrauterina de recorrer la ciudad en un auto es tremenda. Es como una madre a la que uno controla a voluntad, desde adentro, en posición fetal. Imagino a los bebés conduciendo a sus madres, pateando la panza para acelerar o frenar, cambiando las marchas pellizcando el útero y tirando del cordón umbilical de un lado a otro para girar. De repente, un accidente de tránsito entre dos embarazadas. Fetos sietemesinos que bajan enojados a putearse, darse explicaciones, pedirse disculpas y finalmente intercambiar los papeles del seguro. Pedacitos de ojos, uñas y dientes desperdigados por la bocacalle.

Los operadores me explican amablemente el curso de la expedición. Me dejo guiar por calles completamente desconocidas para mí, hasta el origen del viaje. El destino lo alcanzo gracias a las indicaciones de los pasajeros. Cuánta gente buena hay en este mundo. Me alegra conocerlos.

Llego a casa y calculo mis ganancias. La más importante parece ser esa pequeña alegría de haber nacido humano. Recorrer mi sombra por las noches parece ser el plan perfecto para terminar el invierno.