sábado, 27 de agosto de 2011

Gigante en la avenida.

A Juana Isabel Aymará Coria Miguez y a sus padres, la Romi y el Andrés (mejor conocido como "charango").


Yo no sé qué tiene de especial la avenida Soldado Aguirre, de acá, de Gálvez, pero ahí pasan cosas raras.

Como no había mucho trabajo, venía recorriéndola despacio, a unos 30 km/h. Entonces vi algo que me sorprendió: Un hombre de unos dos metros y medio caminando al lado de una mujer bajita.

Es extraño ver gigantes en estos tiempos, paseando lento por la calle; pero a las dos de la mañana esas cosas pasan. Yo por suerte me le iba arrimando de atrás, pero me daba un poco de cosa. Es como cuando un cholulo conoce a algún famoso: siente ganas de saludarlo y preguntarle algo, pero no se sabe bien qué.

Seguí avanzando, y cuando estuve más cerca descubrí que no se trataba de un gigante, sino de un hombre de cierta altura cargando a su hijo sobre los hombros... Esto me podría haber decepcionado, pero en vez de eso me di cuenta que ese hombre y su hijo eran claramente un gigante, que todos nosotros lo somos.

La humanidad, desde sus comienzos, acostumbra morir. Parte de todos los hombres y mujeres se convierte en tierra, tierra sobre la que sus hijos e hijas, todos sus descendientes, siguen caminando. Como si camináramos sobre sus hombros, sobre sus pechos; caminamos sobre lo que nos fueron dejando. Sobre un mundo imponente, sobre ruinas, sobre paraísos intactos.

Recorremos el cuerpo de nuestros ancestros y nos agrandamos a través de nuestros hijos, que caminarán sobre nosotros descubriendo de nuevo la vida. Somos simples hombres, simples mujeres; pero tenemos la semilla mágica de la inmortalidad en el compartir, en el dar a otros lo que nos fue dado.

Gracias.

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¡Gracias!