miércoles, 21 de septiembre de 2011

Pedacitos de la noche.

Foto: María Jimena Dominguez.
“Para mantener una verdadera perspectiva de lo que valemos, todos deberíamos tener un perro que nos adore y un gato que nos ignore.” ~ Derek Bruce.

Al Osvaldito, mi primer y único gato; y a Pastor, las Wandas, Yeni, Kazu, Harina y Botella, mis muchos perros de ayer, hoy y siempre.


De tanto andar por los mismos lugares empiezo a acostumbrarme a ver a los mismos animales en más o menos las mismas zonas de la ciudad.

Los perros tienen territorios más grandes, al menos eso parece: Anoche fui a buscar a un par de alegres catorces a un club por calle Paraguay y un hermoso perro parecido a un lobo nos siguió todo el recorrido. Me hizo acordar al Buck de "The call of the wild" de Jack London. Era un siberiano loco y corría a más o menos 25 km/h. Estuvo pegado al lado del auto todo el tiempo, mirando hacia adentro, sacando la lengua para afuera y desarmándose para transformarse en una especie de flecha peluda que cada tanto se cruzaba por enfrente del auto: "No me vas a pisar al perrito", recomendaba el feliz pasajero. "Ni loco, este perro es lo más", pensaba yo.

Cuando llegamos me explicaron un poco: "Él siempre nos sigue hasta acá, ahora le damos algo de comer y se vuelve para el club. En un rato llega el otro, que viene más lento." Se ve que son proclives a la demagogia esos bichitos tan peronistas.

Quizá alguna vez nos detengamos a analizar más profundamente su costumbre de ladrarle a las ruedas de los autos... Daría la impresión que el perro aprendió a ladrar cuando el hombre salió a probar la primer rueda. 

Ahora, los gatos. ¡Qué animalitos más misteriosos! No esos que ayer nomás le daban al Rock Nacional el  consejo del naufragio; Sí esos que se mueven sobre el pavimento como pedacitos encarnados de la noche.

Es maravilloso verlos cruzar: atentos a todo, moviendo sus patitas tan rápido que es como si, en vez de dar cada paso, les desapareciera una de atrás y les apareciera adelante, clavada al suelo; y su cuerpo se desliza en esta sucesión de apariciones como un gusano veloz de apariencia inmutable.

Detectan increíblemente todos los sonidos y cambios del ambiente: Anoche, mientras esperaba por el barrio de la mandarina, uno de ellos se detuvo en seco al escucharme hacer un ruido dentro del auto. Comprobó, como suelen hacer los gatos, que no pasaba nada muy interesante; y siguió de largo...

Una vez leí: "Los gatos, hace miles de años, eran adorados como dioses. No lo han olvidado."

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¡Gracias!