domingo, 18 de septiembre de 2011

Zorros coreógrafos.

Manejar un auto es una experiencia maravillosa. Casi tanto como tener un cuerpo, excepto que es un cuerpo insensible de plástico y metal. Y además uno puede destruirlo sin necesariamente morir.

Cuando recién empezaba a manejar, allá por los años 00's, me parecía notar en el tránsito una especie de danza. Y cada tanto esa sensación vuelve a mí... Autos que van y vienen, que se cruzan, se alumbran el paso iluminando las esquinas, se gritan bocinazos o se abrazan entre sí o al entorno, en la escultura posmoderna de un choque.

El carácter de la coreografía es una perfecta descripción del estado de ánimo de la ciudad.  Y cada día, a veces cada hora, tiene la suya propia. Las hay ansiosas, irascibles, regulares, esquizofrénicas, armónicas. Hay solos, conjuntos, ballets enteros de automóviles que combinan sus formas y colores con el gris del asfalto como sustento.

Se siente. La frecuencia de aceleraciones y frenadas, el grado de facilidad para cambiar la marcha, para realizar maniobras y cambios de rumbo, la soltura o la sensación de claustrofobia que produce el quedar atascado en un embotellamiento.

Realmente, observar estas cosas le permite a uno dejar su mente y cuerpo encargados de dirigir el automóvil, y a la imaginación encargada de entretener con conclusiones. Y así surgió la de hoy:

Es un milagro que no se produzcan más accidentes.

Es un milagro que podamos manejar, todos los que manejamos, recorrer una ciudad cuadriculada, de calles rectas, semáforos intermitentes, luces rotas, apuros costumbristas, frustraciones... Y todo eso entre camiones, motos, autos, bicis y seguramente algún que otro espíritu protector invisible.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¡Gracias!