domingo, 7 de agosto de 2011

Confiando en la inseguridad.

Conocí barrio "Las flores", es adorable la nomenclatura de sus calles, da lugar a cosas como que un señor con una torta gigantesca cubierta por completo de chocolate, una mujer y su hija; se suban al coche y ordenen: "flor de nacar y estrella federal". Descubro la entrada: uno de esos caminos que pasan por debajo de la circunvalación, con algo de túnel atrofiado... De repente estoy en un pueblo del norte, un mercado de frontera con poca mercancía. Un barrio cerrado, pero lleno de gente. También de basura, colecciones de baches de todos los tamaños y un tren fantasma de esos que promocionan los noticieros. Los pasajeros me pedían disculpas por hacerme llevarlos hasta ahí. Un barrio tan temido como amado, donde uno de los operadores de la radio jugaba en su juventud un torneo de fútbol cada domingo. El premio esperaba paciente atado a un tronco: Un chancho. "Robado, por supuesto, quién iba a tener un chancho ahí. Pero es otra vida..."; recuerda con una sonrisa mi pasajero, camino a su trabajo. Los recuerdos hinchan el aire de la ciudad y alejan las miradas.

La noche, el baño dorado del alumbrado público, hace a todas las calles demasiado parecidas entre sí. Entiendo mal la indicación radial y tengo un encuentro cercano con los muchachos del pasaje 512, cuya forzada intención de ayudar ante mi evidente actitud de estar más perdido que una plantación de lechugas en la cima del Aconcagua, despertó en mí cierta alarma. Decidí confiar en ella y huir con pavor y sin disimulo de los jóvenes entusiastas. Ya me empiezo a sentir un remisero de verdad.

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